Omegaverse.

31.

Los días pasaron rápido, tanto que no notaron cuando el mes pasó y Camus estaba en el final del segundo trimestre de embarazo. Su vientre se notaba con naturalidad, abultado y blandito, tanto que había días en los cuales el omega no quería salir de su habitación porque todos querían tocar su pancita.

Y ahora más con las pataditas del bebé. Estas se empezaron a sentir a finales del quinto mes, pero ahora, con el sexto iniciando, las patadas del bebé se hacían más frecuentes y con mucha más fuerza. Además, Milo estaba que cantaba todos los días de alegría. Su bebé sería un varón, un lindo Antares.

Todo estaba yendo de maravilla. Camus seguía con uno que otro síntoma, pero ahora más escasos, el único que seguía con intensidad eran los antojos; se casaría con una manzana si fuera posible.

Sin embargo, aún había una persona que no parecía estar completamente de acuerdo con el embarazo del omega. Y ese era Dégel. El oliva aún no aceptaba que su familiar estuviera en cinta, pues aún lo veía tan joven. Tan lleno de juventud e inocencia.

Pero eso no quitaba el hecho de que lo estaba apoyando, estando con él cuando Milo no podía, comprándole sus antojos, e incluso aportó los primeros zapatitos del bebé en cuanto se enteró que sería un varón.

Agradecían que Ganimedes no se había aparecido desde aquella vez. Tampoco llegó a insistir nuevamente mediante cartas o llamadas a Mystoria, así que por el momento, sabían que podían bajar la guardia con respecto al cuidado de Camus.

Ese día se quedarían en la casa de los Dschubba. Dégel era el único en casa, pues Scarlet y Mystoria habían salido a hacer unas compras para el embarazo del omega, sabiendo que las ocuparían en un futuro.

La habitación de Camus era silenciosa, fresca y con un aroma suavemente dulce, mismo aroma que estaba emanando su alfa, quién estaba pasando por uno de sus rut en ese momento.

El aguamarina lo notó al instante cuando Milo empezó a ser más atento con su pancita, acariciando la misma y dándole besos en el cuello, olfateando el lugar, buscando su aroma a vainilla. Milo reconocía perfectamente que el aroma de Camus había cambiado desde que salió embarazado, se había convertido en un aroma suave y dulce, llamativo y anhelante. Mismo aroma que lo hacía tener pensamientos más allá de los posesivos.

Sabía que lo podía ayudar solo con sus feromonas, pero extrañamente, anhelaba el toque de su alfa, las atenciones carnales y íntimas que Milo le ofrecía, pero tenía una preocupación; su pancita.

Además, con el embarazo le empezó a llegar una pequeña inseguridad. ¿Milo lo seguía queriendo incluso con esos kilos de más?. Ya no tenía el cuerpo el cual Milo lo había tomado la primera vez, ese que abrazaba con tanto cariño. Y el tema de sus feromonas, ¿seguían ayudando a su alfa? habían cambiado, él lo sentía, y sabía que el mayor también lo hacía.

— ¿Qué tanto piensas, Camus?. —la voz susurrante de Milo lo sacó de sus pensamientos, quién lo miraba atento, con deje de preocupación— ¿Sientes algo? ¿Algún antojo o molestia?.

Las palabras de su novio lo hacían de corazón pequeño. Milo era capaz de arrancarse el corazón y dárselo en las manos si eso le pedía, no podía creer que realmente estuviera pensando si lo seguía queriendo.

Negó suavemente con la cabeza, extendiendo una mano hacia la mejilla de su pareja. Se le notaba tibio, y sabía lo que significaba, desde su voz casi ronroneante a su rostro bañado de un tono rojizo. Todo lo delataba. Empezó a liberar más feromonas de las cuales ya salían de él por naturaleza, queriendo llenar a su alfa, queriendo marcarlo con su aroma y dejar en claro que era su destinado.

Estaban solos, sí, pero eso no quitaba el hecho de que lo quería marcar nuevamente.

La tensión entre ellos era increíble. Las feromonas de ambos se estaban mezclando, empezando a sentir un aroma tranquilizante, reconfortante, más para Camus, pues su bebé parecía estar tranquilo con esto.