Historia

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Capítulo 40

(Demián)

Nadia y yo cenábamos en absoluto silencio, habían pasado cinco días desde aquél encuentro en el que por poco perdía la cabeza y cometería una de las peores locuras en mi vida; simplemente no debía ser así de débil, sobre todo cuando se trataba de mi dulce ángel, ella merecía que la tratara con delicadeza, con cariño, no simplemente ser un objeto para mi satisfacción sexual; aunque también tenía muy claro que el deseo que sentía por ella no iba a quedarse atrás o iba a desaparecer con el solo hecho de negarme a él, lo mantendría a raya, eso sí, y lo dejaría salir en cuanto ambos estuviéramos listos.

Miré a mi ángel disimuladamente, estaba bebiendo un poco de agua y una pequeña gota bajó por su labio inferior, ella pasó su lengua para recogerla; no hubo nada más sensual que ver esa acción, creo que a estas alturas hasta el movimiento más simple de Nadia me parecía sexy. Sacudí mi cabeza para despejar mi mente de esos pensamientos pecaminosos que insistían en querer arraigarse en mis neuronas.

—¡He terminado, gracias!— se levantó de la silla, recogió su plato y su vaso para llevarlos a la cocina como venía haciendo desde hacía unos días.

—¡De nada, mi ángel!— alcancé a decir antes de que entrara totalmente en la cocina.

Bebí un poco más de agua, sentía la boca seca, me caería bien un whiskey pero de inmediato rechace la idea, sería un hipócrita pidiendo que mi ángel se mantuviera en abstinencia y yo dándome esos gustos.

Recogí mi plato y lo demás que estaba en la mesa, me dirigí a la cocina para lavar la vajilla que habíamos utilizado; Nadia ya la estaba lavando.

—¡Deja, yo lo hago!— tomé su mano de forma delicada, pero ella la aparto de inmediato.

—¡No, lo haré yo!— me arrebató el plato que llevaba y comenzó a enjabonarlo.

—Yo solo...

—¡No quiero escucharte, por favor!— no me miraba, y eso ya era común entre nosotros, ya no teníamos tanta proximidad, bueno, no es que tuviéramos mucha, pero el diminuto paso que habíamos dado, ahora había desaparecido.

Me quedé ahí, a su lado, sin decir nada más, sólo mirando su perfecto perfil, analizando la bonita nariz que tenía, sus labios carnoso y rojizos, no hacía falta que usara labial en ellos porque el color era exquisito; observé sus tupidas pestañas, y las ligeras pecas que se esparcían desde su nariz hasta los pómulos, entonces descubrí algo más en ella que me enamoró.

Las cicatrices de los rasguños en su rostro ya eran imperceptibles, su cabello parecía más suave, y el olor a fresas que me enloquecía a niveles inauditos parecía hacerse más presente cuando estaba más cerca de ella.

Sin decir nada más, llevó el dorso de su mano izquierda a su mejilla y limpió algunas lágrimas que habían escapado de sus ojos; no me había dado cuenta de que estaba llorando porque me concentre más en su belleza física, entonces me sentí mal, muy mal por eso.

—¡Lo siento!— dije en voz baja, no supe por qué me estaba disculpando en particular, creo que era por todo.

Enjuagó el último vaso, movió un poco la cabeza negativamente, las ganas de abrazarla fuerte me fueron llenando, sin embargo no me atrevería a tocarla, sentía que iba a ser rechazado o empeoraría más la situación en la que nos encontrábamos.

Y sin esperarlo, mi dulce ángel me rodeó con sus brazos, el abrazo era muy fuerte pero a la vez cálido y dulce, yo correspondí al instante, sujetándola dentro de mis brazos con fuerza y con el cariño más absoluto y sincero que sentía por ella. Nadia escondió su cara en mi pecho, sabía que estaba llorando, los sollozos se hicieron audibles pero sin llegar a ser altos; nos quedamos por un momento así, abrazados, recargué mi barbilla en su cabeza, era tan pequeña que me tuve que encorvar un poco para hacerlo; pero se sentía tan bien estar así, era algo mágico.

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