Risa

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Capítulo 3

 

(Demián)

Volví a mi rutina en el parque, me era necesaria; no suelo darme por vencido fácilmente cuando tengo fe en algo, y mi fe está puesta en mí ángel, así que sigo aquí. Han pasado treinta y tres días, desde nuestro encuentro, sé que suena loco, porque habló en plural, pero es que yo nos veo juntos desde el día uno y así será hasta el final.

Encendí mi cigarrillo, el suave y frío viento estaba chocando contra los árboles, haciendo un poco de música al mover las ramas, esas cosas de las cuales antes no me percataba, ahora las percibía fuertemente, parecía que ahora hasta los detalles más mínimos en el mundo repercutían en mi vida de una forma sencilla, pero me terminaban aportando grandes sensaciones.

Mientras seguía fumando, recibí un mensaje de Frank, pidiendo que fuera urgentemente a su casa, todo indicaba que tenía un problema con su padre, él cual era un alcohólico irremediable, y de manera habitual, golpeaba a mi amigo. Respondí el mensaje diciéndole que estaría por allá alrededor de las 7, tiempo en el que esperaría religiosamente a mi ángel, no iba a cambiar mi rutina por los problemas de alguien más, soy egoísta, lo sé perfectamente y no me siento mal por serlo, mi vida ya no me pertenece, ya no soy dueño de ella, ahora le pertenece a aquél hermoso ángel, es así de sencillo.

Miré el reloj, eran las 6:37 p.m. y la tristeza una vez más se hizo presente, no quería y me negaba a sentir decepción, no dejaría que eso ganará, porque si lo permitía, poco a poco iría perdiendo la fe en encontrarla y no estaba dispuesto a perder nada que tenga que ver con ella, no daría un paso atrás, no después de enamorarme de ésta forma.

Recogí mi diario y sacudí mis jeans, estaban un poco llenos de tierra, y es que en invierno, el pasto comenzaba a escasear. Caminé hacía la salida lentamente, si fuera por mí, me quedaría las veinticuatro horas, los siete días de la semana aquí, porque mi intuición  me decía que la vería en algún momento inesperado, tenía que confiar en mi suerte.

Avancé dos cuadras, mirando de vez en cuando los rostros de las personas que pasaban frente a mí, me llamaban fuertemente la atención quienes iban pensativos, enojados o felices. Me detuve en una tienda a comprar una cajetilla de cigarros y mientras esperaba el cambio que me debía la cajera, todas mis terminaciones nerviosas se pusieron alertas, escuché la dulce risa de un ángel, mi ángel, ¡Sí, era su risa!, la había memorizado desde el principio, jamás podría confundirla con la de alguien más, es tan única y hermosa, como ella.

Su risa invadió todos los rincones de mi mente, inyectando aquella adrenalina que sentí la primera vez que la vi, mi cuerpo reaccionó de forma inmediata, sacudiéndose de forma notoria, y es que mi cuerpo gritaba añorando su cercanía, así que no esperé un segundo más y salí corriendo del lugar, mirando como loco hacía todas partes, odiando el ruido que había en la calle que me impedía seguir escuchándola.

Caminé a prisa de un lado a otro y recé por encontrarla: "Pídeme que te encuentre y ayúdame a encontrarte, mi dulce ángel”; me repetí una y otra vez hasta perder la cuenta, sentí cierta picazón en mis pupilas, la vista se me estaba nublando ante las lágrimas que empezaban a acumularse en ellas, me tallé los ojos ante la impotencia de creerla pérdida nuevamente, las ganas de llorar  que me embargaban se hacían cada vez más grandes, había estado tan cerca de mí ángel. No pude más y bajé mi cabeza, las lágrimas cayeron tan fácilmente por encima de mis botas, sentía todo el peso del mundo sobre mis hombros, me sentía tan vulnerable en ése instante, sin energía, derrotado, tan absolutamente despojado de una felicidad que anhelaba incansablemente, no podía más... Y fue en ése instante que me creí perdido sin ella que…  Su risa volvió a surgir y esta vez con mucho más fuerza, levanté la mirada y estaba ahí, en la acera de enfrente, sonriendo de manera irreal, llevándose las manos a la boca para tapar un poco el sonido que salía de sus labios.

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