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Capítulo uno

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Capítulo uno


Un día de escuela más. Pasé desapercibida por el corredor hasta llegar al salón de clases, como cada día. Desde que mi mejor amiga se había cambiado de escuela, no tenía con quien hablar.

Pero daba igual. Tampoco es tan malo estar sola por los pasillos o en la biblioteca.

El día de hoy habían unas actividades de aniversario, que por cierto odiaba. Todos estarían muy ocupados apoyando a su equipo, alentando en la barra, y yo...

Bueno, yo estaría escondida como una rata en la biblioteca, leyendo alguna babosada cursi. Porque si, me encanta leer ese tipo de cosas. Y pasarme horas enteras devorando libros, era mi pasatiempo preferido.

Cuando sonó el timbre para entrar, a eso del segundo receso, todos comenzaron a pasar al salón. Un chico de cabello negro, otro de cabello café, el tipo que se acostaba con todo el mundo, la típica zorra de la clase, a las que llaman nerds, un autista de cabello rubio y largo que lo hacía parecer un asesino serial, y varios más, que me hacían pensar que los estereotipos que presentaban en las películas y libros, no eran del todo erradas.

Yo era la fantasma, pero no tan aislada, de la clase. Hablaba de vez en cuando con algunos chicos y chicas, pero la mayoría del tiempo estaba inmersa en mi mundo. Leyendo, naturalmente. E incluso, habían clases —como esta, por ejemplo— en las que no solía prestar atención por dedicarme a hurtadillas a leer el libro de turno, que me tenía clavada en su historia.

Cuando tocaron el tercer timbre del día, me dirigí a paso calmado con libro en mano, leyendo mientras caminaba a la biblioteca. Mientras todos estaban almorzando, yo me encontraba encerrada en aquella habitación atestada de libros. Incluso se me acabó el último receso del día, y aún me hallaba hipnotizada en las letras impresas.

No quise entrar a clases, y por el contrario, me quedé inmóvil en aquella silla marrón junto a uno de los mesones en medio de la biblioteca. Estaba a punto de terminar el tercer capítulo de Frío, de Laurie Halse Anderson.

Tomé la estúpida decisión de quedarme a leer un capítulo más —que en verdad fueron cinco—, porque me tocaba clases de matemática, y prefería saltármela. A eso de unos treinta minutos de haber sonado el último timbre de entrada a clases en el día, un sonido chillón y desesperante me quitó la atención del libro. Era la alarma de incendios

Alcé la mirada al escritorio de la bibliotecaria. No estaba. ¿A dónde carajos había ido? Aunque de hecho, ni siquiera recordaba haberla visto al entrar aquí. Estaba demasiado distraída.

Me levanté apresurada, y la busqué por toda la biblioteca, que no era un espacio menor.

—¿Hola? —grité débil a los pasillos entre las estanterías—. ¿Hay alguien?

Nada. Pasillos rodeados de estantes, completamente vacíos. Era la única aquí.

Decidí irme de ahí, claro. No es que fuera una buena opción la de quedarme y esperar a morir calcinada. Salí lo más rápido de ahí, pero la bendita puerta estaba trabada.

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