N u e v e

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Capítulo nueve

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Capítulo nueve


No respondí ni palabra ni acción alguna. No entendía para qué quería que fuese al baño.

—¡Ve al baño, Elise! —ordenó vociferando

Lo observé unos segundos, y finalmente le obedecí. Caminé a paso lento hasta el baño, que quedaba dentro de la misma habitación. Cuando entré, dejé la puerta entre abierta, y me senté en la tasa del baño. No sabía qué demonios hacía.

De pronto, él entró de un gran estruendo por aquella blanca puerta, atrapando mi atención.

—Bien, desvístete —volvió a mandarme

Tímidamente, me levanté y comencé a bajar la camisa de dormir por mis hombros, hasta dejarla caer por mis tobillos. No llevaba nada más puesto, por lo que rodeé mis pechos con mi brazo derecho, y con el izquierdo, intenté tapar lo más posible mi feminidad.

Él soltó una corta risotada, algo burlona.

Sin perder tiempo, se quitó el bóxer rojo que probablemente se había puesto antes de venir al baño.

—Entra a la ducha —me miró demandante

Sin contradecir nada, entré. Él hizo lo mismo, y pasó detrás de mí. Cuando cerró la cortina de vidrio que rodeaba a la ducha, bajé la vista hasta mis pies.

No quería mirarlo. Jamás pensé que estaría en una ducha junto a alguien.

De la nada, oprimió mi mentón con su mano y levantó mi vista hacia él

—Necesito saber algo, que me tiene un poco...más bien, demasiado enfermo —me observó —. ¿Cuándo te tomé por primera vez...?

Dejó la frase en el aire. Lo miré intentando descifrar qué era lo que quería saber en verdad.

—¿Eras virgen? —terminó por fin

—¿Eras virgen? —terminó por fin

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Lo observé inmutable. Estudié cada una de sus facciones. La curiosidad invadía su rostro

—Si —admití, y soltó en breve mi rostro

Desvió su vista hacia el techo, y cerró los ojos, contorsionando su rostro en una mueca

—¿Q-qué te sucede? —pregunté asustada—. ¿Estás bien?

—Demonios, es que ni siquiera me tocas y ya me pones duro —jadeó

No pude evitar bajar la mirada.

¿En serio se había excitado con algo tan simple?

Intenté retroceder dos pasos lejos de él, pero apresó mi muñeca, oprimiéndola y produciendo un fuerte ardor en mí. Guio mi mano hasta su duro miembro, lo que hizo que me sobresaltara.

—¡No! —intenté quitar mi mano de ahí—. ¡No voy a masturbarte! —grité

Sin aviso, me empujó con todas sus fuerzas contra la pared que estaba detrás de mí, pegándome a ella mientras oprimía mis muñecas con vigor.

—Escúchame, si no vas a hacer lo que digo, entonces voy a tener que hacerte lo de la otra noche, y no podrás venir a joderme las pelotas, porque te lo advertí antes —me miró con los ojos chispeantes de furia

No respondí nada, y seguí mirando hacia el muro de baldosas y el grifo de la ducha, en vez de a él.

Me soltó de pronto, con brusquedad, y salió de la ducha. Luego sentí un portazo, y sus pasos alejándose de la habitación.

Quedé petrificada, mientras el aire me erizaba la piel, y a la vez que escuchaba a través de las paredes los asquerosos gemidos que aquel chico lanzaba.

Gritaba maldiciones, frases inacabadas, mi nombre...

Hasta que por fin se detuvo. Después de una hora en la que no sabía qué diablos hacer, resolví volver a ponerme aquella pequeña camisa insinuadora, y salir del baño. Cuando lo hice, me encontré a mi secuestrador tirado en la cama, con aquellos bóxer rojos, los ojos cerrados y la boca entre abierta. Parecía tan inocente en esa posición. Estaba acurrucado como un niño, con las sabanas envolviéndole la mitad de una pierna, y el resto del cuerpo al descubierto.

Me acerqué con cuidado, y me senté a su lado.

Gimoteó algo ininteligible, pero no despertó.

Acerqué mi mano a su cabello desparramado por la almohada y por sobre su frente sudada.

Era suave. Y tenía un olor a té verde. Probablemente por el shampoo de té verde y menta, que había entre las cosas del baño.

Desvié mi mirada hacia más abajo. Me encontré con su cuello, su abdomen, y su ropa interior. Mi visión se centraba en aquel escuálido abdomen, con las costillas marcándoseles levemente a través de su piel pálida y descolorida. Sus brazos de contextura intermedia yacían a los lados, como abrazando el colchón.

Sentí una sensación extraña. Eso que sentía cuando estaba sola en casa, y veía un vídeo algo subido de tono. Entonces por algún instinto extraño, que aún no acabo de entender, bajé mi mano hasta su ropa interior y la enrollé en su miembro, por encima de la tela roja color vino. No entendía que hacía, pero lo tocaba y acariciaba, con la delicadeza y la forma sigilosa de quien no quiere ser descubierto.

Pero esa sensación era más grande. Con algo de temor a que él despertara, pasé mi helada mano por debajo de aquel fino genero elasticado, y enrollé mi mano otra vez en su órgano, pero ahora sin nada que se interpusiera entre nuestra piel.

Él volvió a gimotear, y moverse un poco.

—Shhh —dije bajo—. No despiertes...

Empecé a mover mi mano, y sentí que su piel se movía.

Me asusté un poco, y ahogué un grito. Jamás había tocado a un chico... ni nada como esto.

El castaño volvió a moverse.

Seguí moviendo mi mano, y mientras lo hacía, miraba su rostro, y como cambiaba de expresión a medida que mi tacto se apoderaba de él.

Tenía la boca entre abierta.

De pronto, sentí algo caliente en mi mano. No entendí que pasaba, hasta que saqué mi mano de su ropa interior, y vi que un líquido blanquecino escurría por mis dedos. Volví la mano a su miembro, y seguí tocando para ver qué pasaba.

—¿Qué estás haciendo? —escuché su voz grave, y salté asustada

Grité del espanto, y quité mi mano en seguida, atrayéndola hasta mí.

¿Qué mierda acababa de hacer? Miré mi mano espantada, y luego me limpié en mi propia camisa rosada, con torpeza. No supe que más hacer, así que me levanté de un salto y corrí hasta el baño para encerrarme allí.

¿En qué demonios estaba pensando?

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