O c h o

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Capítulo ocho 


Jamás en la vida, había sentido lo que era el amor. Varias veces me habían gustado algunos chicos, pero nunca experimenté eso que todos decían o comentaban sobre lo que era enamorarse.

Cuando me decían amor verdadero, se me venía una sensación extraña en el vientre. Por alguna razón, seguía creyendo inocentemente en que el amor existe, y que estaba esperando por mí en algún momento de la vida, al que aún yo no llegaba. Sentía un cosquilleo en mi estómago... imaginaba que, al tener a esa persona indicada frente a mí, me invadiría una sensación de bienestar...

Sensación de seguridad...

O una mezcla de escalofríos, nerviosismo, angustia, y de sentirme frágil y menuda, frente a alguien. De sentirme como algo delicado que es protegido o amparado por algo más fuerte.

Lo mismo que había sentido cuando ese chico me había besado. O quizás, algo parecido. Pero no quería pensar que fuera por ese tema del amor y mis perspectivas de el. Quizás me estaba volviendo loca el estar encerrada con un extraño, y más aún cuando era al primer chico con que tenía un acercamiento más íntimo.

Mientras pensaba estas babosadas, alguien tocó la puerta seis veces. Parecía haberlo hecho a propósito, con el fin de que sonara en melodía.

No dije nada, y él entró de todas maneras.

Parecía inofensivo. Me miraba inexpresivo, y casi inocente. Se acercó. Me repasó con la mirada un momento, pero luego desvió su atención y sus manos a un espacio por debajo de la cama, en la que yo estaba sentada con la espalda curva.

Sacó de allí la cuerda. Esa cuerda que había comprado el día anterior.

Y luego, sacó una bolsa. Lanzó ambas cosas en la cama.

Aquel envase plástico chocó contra mi pierna. La abrí, sin que me dijera nada. Eran las pinturas.

—¿Qué vas a hacerme? —pregunté ya sin ánimos de contradecirlo.

—Vas aprendiendo —dio una media sonrisa

Lo miré desentendida

—Súbete a la cama —me ordenó

—Pero ya estoy... —iba a contradecirle, pero miré a mis pies, y entendí a lo que se refería. Subí los pies encima del colchón, quitándome las zapatillas que llevaba.

Se subió a la cama de igual forma, y se ubicó sobre mí apoyando sus brazos a los lados de mi cuerpo. Su presencia tan cercana me turbaba.

—¿Te gusta pintar? —preguntó de la nada, examinándome con la mirada, desde cerca

Asentí tímidamente.

Claro que me gustaba. Mi habitación, estaba enteramente pintada por mí. De que fuese una buena artista, no podría decirlo, pero de que me agradaba pintar, y me emocionaba, si podía asegurarlo.

Recordé cuanto extrañaba esas cuatro paredes tapizadas de ideas extrañas que surgían de mi imaginación, y de mis fantasías.

Cuando volví a la realidad, el chico castaño estaba quitándose la camiseta.

Cerré los ojos, oprimiéndolos.

—No los cierres —volvió a ordenar

Los abrí despacio, y procuré mirar al techo.

Se bajó de encima de mí, y se quitó poco a poco toda la ropa. Sentía el sonido del botón desabrochándose, el cierre abriéndose, y como dejaba en el suelo todas las prendas. Volvió a subir a la cama.

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