T r e i n t a y s i e t e

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Capítulo treinta y siete

Los días pasaban y la vida en aquel lugar era bastante pacífica.

La naturaleza ayudaba bastante. No saber del exterior me calmaba los nervios, pero cada vez que cerraba los ojos para intentar dormir, me imaginaba que podía estar pasando en casa, en la ciudad...

¿Cómo estaría mamá? ¿Mi padre? Los ojos castaños de mi madre se venían a mi mente, y las lágrimas comenzaban a salir silenciosas. La extrañaba... pero por algún motivo no quería volver. No quería enfrentar el hecho de que iba a decir cuando volviese. ¿Qué me había escapado por mi cuenta? ¿O mentiría dejando la versión de ser una víctima?

¿Y si los policías ahora me buscaban como cómplice o algo así?

La vida que llevaba antes parecía un recuerdo demasiado lejano para mí. Parecía que mi vida había empezado realmente desde que comenzó todo esto.

—¿Vamos a leer? —me sacó de pensamientos Javadd

Llevaba Orgullo y Prejuicio en su mano. Leíamos desde hace algunas tardes en el bosque, bajo algún árbol. Había traído tres libros solamente, y ya íbamos por el tercero.

No sabría con qué entretenerme luego, y ya le había tomado gusto de nuevo a la lectura.

Mientras caminábamos camino a internarnos por el bosque, todos estaban durmiendo la siesta en sus casas rodantes, o tiendas.

—No es muy de mi preferencia este libro —se quejó Javadd cuando llegamos al árbol que acostumbrábamos elegir para sentarnos

—¿Por qué lo traías entonces? —alcé una ceja, burlándome

—Nah, porqué mi papá guarda estos libros que... —pareció recordar algo, y bajó la cabeza—. Guarda libros que eran...de mi madre.

Dudé si preguntarle o no que pasaba con su madre.

—¿Y qué pasó con ella? —le pregunté tratando de no sonar tan metiche

Giró la cabeza mirándome con un rastro de tristeza en su expresión.

—No sé —alzó sus hombros, negando con decepción—. Mi padre jamás me ha querido decir. Y la verdad prefiero no insistirle porque cuando lo hago termina emborrachándose en el bar de siempre, y no se recupera hasta tres días.

Suspiró y se acomodó en la manta que acababa de poner en el suelo

—Y bien. ¿Te gusta a ti este libro? —me miró aún con un poco de melancolía en su rostro

—No —me sonreí, sentándome a su lado—. Me encanta. Lo he leído unas tres veces.

Alzó ambas cejas

—Demonios —se rio—. Con que fanática del romance

—No lo diría así, pero... si me gusta el romance —asentí bajando la mirada

—¿Y te gustaría un Señor Darcy en tu vida, que te hable con sarcasmo y sea inteligente? —dijo en tono de burla

Le quité el libro de las manos y lo golpeé en el hombro

—¡Auch! —se quejó riéndose—. Perdón por reírme de tu realidad

Volví a golpearlo, mientras reía

—No, fíjate que no es lo que quiero —le aparté la mirada

—¿Entonces quieres a un bruto? —fingió curiosidad—. Digo, si no quieres uno inteligente...

—Ya, shhh, lee —lo regañé, y abrí el libro delante de nosotros

Estuvimos alrededor de una hora leyendo, cuando empezó a oscurecer

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