T r e s

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Capítulo tres

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Capítulo tres


—E...eres el chico que incendió la escuela —dije murmurando asustada

Llevaba el cabello hasta el cuello, desordenado sobre la frente, y la mirada sombría sobre mí. Aquella misma mirada que miró desorientada cuando yacía en la colchoneta el día del incendio.

—Creí que ya lo habías notado —soltó una risa sarcástica—Si. Sorpresa, soy yo. Espero no te asuste saber que estas encerrada con un tipo que escapó de ir a un psiquiátrico —se quitó de pronto la camiseta que llevaba puesta

Dejo expuesto su torso. Era delgado, pero no demasiado. Y tenía levemente marcado los abdominales.

En un movimiento rápido, tiró la prenda al suelo.

—Bien. Digamos que esto no te dolerá—sonrió sin despegar sus labios

—¿Esto qué? —pregunté mientras se acercaba a centímetros de mi

Mi estómago se oprimió al verlo demasiado serio, y con algo en su mirada que perturbaba demasiado.

—Esto —susurró, y luego se acercó, juntándose demasiado a mi cuerpo

Sentí su mano oprimiendo mi trasero

—¡Aléjate! —grité y me aparté unos pasos de él

Rodó los ojos.

—¿Qué gracia tiene una violación si el violador se aleja? Nada. No sería violación. Así que, lo siento, pero supongo que adivinarás que no me alejaré —se acercó a la ventana que estaba con barrotes por fuera, y la aseguró. Luego cerró las cortinas—. Solos, tú y yo.

Miré a todos lados. No había lugar o espacio por donde huir.

Demonios, quería irme de aquí. Este tipo iba a violarme, joder, y estaba loco.

Comencé a sopesar rápidamente mis opciones, pero ninguna parecía coherente.

—Oye. Quizás si podemos ir a mi casa, y ahí hacemos lo que quieras, ¿Podríamos salir? Necesito... —mi voz sonó temblorosa

Su risa maniática interrumpió todo mi torpe y nervioso intento de escapar

—No soy idiota. ¿Entiendes? —se comenzó a desabrochar los vaqueros

Me quedé observando atónita.

Seguí examinándolo sin mover un musculo. El tipo terminó de quitarse todo hasta quedar en ropa interior. Una vez terminó ni siquiera me preguntó, cuando me quitó el bolso de los hombros, y lo lanzó lejos de mi alcance.

Me tumbó contra el colchón de su cama. De pronto la tenue luz que alumbraba desapareció.

Ahogué un grito.

Sus manos empezaron a invadir mi ropa, intentando desenfrenadamente quitármela de encima.

—¡No...! —intenté forcejear—. ¡Quítate!

Él estaba encima de mí, y sus piernas sobre el colchón encarcelaban las mías. Sentí su respiración en mi cuello, a la vez que oprimía mi rostro con su mano. 

Su perfume me invadía, y por más que intentaba quitármelo, no podía. Era inútil.

Me inmovilizó. Yo no podía emitir palabra. Parecía inmovilizarme no solo físicamente si no psicológicamente también. Ya nada pasaba por mi mente, más que la presencia desesperante de este hombre sobre mí, ahogándome con su peso.

Forcejeé, pero solo logré que oprimiera mis muñecas, dejándome con un dolor intenso que me haría no volver a intentarlo.

Su boca, solo recorría mi cuerpo, no así mis labios. No. No se pasaba de mi cuello. Estaba siendo utilizada. Un juguete que se encontró solo por la calle, y se quiso apoderar de él.

Sentía la succión de su boca en mi abdomen. Sentía escalofríos, y una sensación que crecía dentro de mi vientre cada vez más.

Asco.

Asco de mí.

Gemí. Pero gemí de horror, de miedo, pidiendo compasión. Lloré como nunca antes había botado lágrimas en mi vida, mientras él seguía absorto en su deseo.

Sus manos recorrían mis pechos. Mis caderas. Con brusquedad, como si él fuese un maldito depredador y yo una presa.

Cuando me embistió por primera vez, fue una sensación que jamás olvidaré.

Jamás lo había sentido. Ni suave, ni romántico, ni brusco. No lo había sentido, porque jamás había estado en el más mínimo contacto sexual con alguien. Y él, sin pedirme permiso, solo llegó y entró en mi con una violencia que no entendía.

Ese sonido no saldrá de mi mente.

Lanzó un grito. Un grito tan asqueroso, tan repugnante para mí...

Estaba excitado. Gritaba, y seguía gritando. Y se movía sin cansancio, como si nunca fuera a acabar.

—¡Mierda! —exclamó sobre mi cabello

Comenzó a jadear.

Se detuvo.

El infierno que estaba viviendo se había acabado. Pero era como si con ello, empezara uno mucho peor.

Mi mente me atormentó, por largas horas, después de ese día.

Y esa noche, ya sin dignidad, me dormí totalmente fuera de mí. 

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