C u a r e n t a y n u e v e

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(Narra Cayden)

Creí que no era capaz de sentir dolor, después de tanto tiempo. Era algo que solo veía en los ojos de los demás, pero no en mi interior.

Estaban desgarrándome el pecho, pero a través de alguien; estaban matándome sin siquiera tocarme.

Cuando oí un disparo, abrí los ojos más que nunca. No entendía nada, hasta que la vi desplomándose de espaldas sobre mi cuerpo. Me tumbé en el suelo como si se me fueran las fuerzas, y tomé sus brazos, intentando no dejarla caer.

Sin darme cuenta, grité desesperado;

—¡Malditos! —los miré con odio dentro de mí—. ¡La mataron, malditos infelices! —golpeé mi arma contra el suelo con ira

Ese sentimiento era algo de todos los días, pero esta vez, se estaba luciendo en mi interior. Creí que explotaría o algo por el estilo.

Un pensamiento me inundó; no había salvación. Había un montón de estúpidos con armas apuntándome. Seguro todos habían disparado al mismo tiempo contra Elise...

Pero al ver a su débil cuerpo, noté que había dos fuentes de sangre en ella; un orificio de sangre en el estómago, y más al lado. Miré hacia adelante, y un tipo (el jefe de ellos, al parecer) estaba estupefacto y con la mano haciendo seña de parar, hacia el resto de los policías.

Varios salieron de la habitación

—¡Qué esperan, estúpidos, llamen a una ambulancia! —grité con la voz desgarrada

Tomé el rostro de Elise. No estaba fría. Sus ojos aún batallaban con no cerrarse, pero estaba seguro que se iba a morir en breve. Aunque no quería creerlo.

—¡Ya, rápido, maldita sea! —exclamé, sintiendo algo pesado en la garganta

—Cálmese —me ordenó el mismo jefe de policías—. Hay una ambulancia afuera, solo fueron a buscar a los paramédicos

Miré largo rato a Elise, que aún no cerraba los ojos

—No, no, por favor —le supliqué en voz baja—. No te vayas, dime algo, no te mueras ¡No te mueras! —grité enfurecido—. ¡No puedes dejarme solo! ¡No puedes!

Un montón de hombres se acercó a mi

—¡No se acerquen, tengo un arma! —mi voz sonó nerviosa.

Tomé el arma que había tirado minutos antes, sin soltar a Elise de mi lado.

—Señor Aldridge, baje el arma, o hará las cosas más difíciles —me advirtió otro policía

Lo pensé un momento...y tiré el arma contra ellos. Eran mi única opción de salvar a Elise.

Pero al momento de hacerlo, comenzaron a acercarse contra mí.

—¡Déjenme en paz! —grité eufórico

Era lógico, que no hicieron caso, y me tomaron entre todos, esposándome.

Me moví con todas mis fuerzas, en vano. Me llevaron lejos, sin dejarme seguir viendo a Elise...

Creí que era mejor morir en esos momentos.

—¡Mátenme maldita sea! —les pedí, intentando golpear al que me llevaba preso de los brazos.

Pero no me hicieron caso.

Podría matarlos, ahora mismo, si pudiera. Las ganas de matarlos que inundaban mi mente eran fuertes; querría safarme y coger el arma para luego dispararles hasta que se me cansase la mano de apretar el gatillo. Ver la sangre correr por sus malditas cabezas, hasta que ya no les quede.

Golpearles el rostro hasta que ya no tenga forma.

Eran unos malditos... igual que toda la sociedad, después de todo, ¿no? Les gusta entrometerse en lo que no les incumbe, a imponer sus ideas morales a quienes no nos importa, y resulta que, si no las sigo, me persiguen hasta joderme la puta vida. Y qué mejor, matando a la única cosa que tenía en este mundo...

—¡Muéranse, malditos hijos de perra! —escupí con furia—. Ya verán cuando salga, juro que los voy a descuartizar a cada uno de ustedes, y su inmunda carne se la voy a dar de comida a los vagabundos de... las... —sentí como mi boca se adormecía—. De...

Y todo se nubló de a poco a mi alrededor.

Mi cuerpo perdió su peso, y ya no estaba de pie peleando contra esos bastardos. Me llevaban a la fuerza dentro de una furgoneta oscura.

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