C i n c u e n t a y d o s

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Cada día significaba un  poco más de tortura. Por un momento creí que estaba pagando por mis errores, pero recordé que la vida era cruda conmigo desde mucho antes. Simplemente había sido elegido para ser víctima desde siempre.

No podía tener certeza de nada. Un día me convencía de que lo que mis ojos me mostraban era cierto, y otro que en verdad lo que veía era producto de mi imaginación; o quizás una combinación entre realidad y sueño, porque ya no sabía distinguir uno del otro, si no que los entremezclaba en confusas percepciones.

Incluso a veces pensaba que me había muerto, y mi maldita alma estaba atrapada en este lugar a modo de infierno.

Su sonrisa, y su mirada inquietante; las manos heladas, en medio de la noche. 

Rutinario, por el resto de mis días.

Ya me estaba acostumbrando, pero de pronto la agonía y desesperación se volvían latentes como el primer día. El encierro de toda la jornada allí, era facilitador de todo el pánico que me embargaba. 

No podía salir. Comía cosas que me dejaban en la puerta. Esta habitación tenía baño. Estaba como verdadera victima de tortura. ¿Esto no era ilegal?

No oía movimiento humano por ningún lugar. A ninguna hora. Y sólo quería morir pero no tenía los medios ni el valor de lograrlo. Podía matar a otros, pero al parecer, no a mi mismo.

—Ya estás en una miseria casi completa, Cayden—sus dientes afilados, y su expresión de satisfacción frente a mi.

Sólo lo observaba cada vez que se aparecía a restregarme la agonía que estaba sufriendo.

—Pero tienes a tu querida Elise, ¿No?  

¿Tenerla? Ella sólo aparecía, se reía, y se burlaba de mi desgracia. Al principio le suplicaba que volviera, que se quedara siempre conmigo, que me dijera que no había muerto. Pero comprendí que en verdad, ese ente de expresiones altaneras no era Elise. No era mi Elise.

—Esa no es Elise—murmuré

Alzó las cejas

—Es lo que tu crees, Cayden—desapareció

No soportaba esta vida. 

Un día por la noche, (que notaba porque apagaban o prendían las luces en el pasillo) decidí que no quería seguir con esto, si es que lo tenía. 

Quería, necesitaba y debía ver a mi verdadera Elise. A mi Elise, no a esa figura imitadora que me atormentaba día tras día. 

Sus labios, su fragilidad... la necesitaba. 

Busqué a mi alrededor algo con lo que pudiera terminar mi vida. 

¿Golpear mi cabeza contra el muro hasta sangrar?

Poco convincente. 

No había nada con que pudiera hacerlo. 

Sacarme la ropa y con ella ahorcarme era algo que no sé realmente si funcionaría.

Determiné que podría llenar el inodoro y ahogarme en el.

O dejarme caer de espaldas al lavabo o al inodoro. Un golpe en la nuca de seguro me mataría. 

Me guié por esta última opción, y me ubiqué de espaldas al inodoro. 

Cerré los ojos. Respiré hondo.

Mis manos temblaban... 

Mi cuerpo sudaba.

Esto es por ti Elise.

Y dejé caer el peso de mi cuerpo hacia atrás, con la oscuridad de mi mente embargándome.

Pero algo me devolvió. Me empujó hacia el sentido contrario, y caí de rodillas.

—No lo hagas—su maldita voz, molestándome de nuevo

—¡Basta! —grité—. ¡Déjame al menos morir!

—¡Tengo otros planes para ti! Si lo que quieres es a tu Elise, aún puedes recuperarla 

Sus ojos se fijaron en los míos. Destellaban un brillo extraño.

—Está muerta—mascullé con rabia

—No del todo. Sólo temporalmente—sonrió—. Está en estado vegetal, en un hospital de por ahí. Si la quieres de vuelta, sólo tienes que aceptar lo que te estoy pidiendo

Algo en mis pensamientos se detuvo. 

¿Podría confiar en esa cosa? 

—¿E-es enserio? —tartamudeé nervioso—. ¿Ella está vida?

Movió la cabeza hacia un lado, y luego asintió. 

Su rostro negro y sombrío que se entremezclaba con todo lo demás, me observaba atento.

—¿Y?—su aliento se acercó a mi rostro, dejando un vaho caliente—. ¿Das lo que te pido por tenerla de vuelta?   



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