D i e z

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Capítulo diez


Entré por aquella puerta blanca, y cerré poniendo pestillo a la velocidad de la luz. Entonces me senté con la espalda contra ella, y me acurruqué como una niña taimada. De verdad me sentía culpable. ¿Por qué acababa de hacer eso?

No lo entendía. O no lo acababa de entender.

Me sentía idiota.

De pronto un estruendo hizo retumbar mi espalda.

—¡Elise, abre la puta puerta! —comenzó a golpear como un loco

Sólo quería que se alejara de mi un poco. No, que se alejara de mi completamente, y que me dejara ir de este maldito lugar. Quería mi casa. Aquí me sentía cada vez peor.

Creía que me estaba convirtiendo en alguien totalmente sucia, del lado oscuro del mundo, en donde todo es agresivo, insinuante, y obsceno. Y asqueroso.

—¡Que la abras, joder! —gritó de nuevo, haciendo retumbar la maldita puerta a mi espalda

Hacia incluso que mi cuerpo se remeciera completamente con los golpes contra aquella puerta de madera tras de mí.

—¡No! ¡Déjame en paz! —exclamé de vuelta

Estampó por una última vez su puño contra la madera, golpe que pareció hacerlo con toda la fuerza que tenía acumulada, y se cansó de molestarme.

El silencio invadió el lugar. Pensé que eso me haría mejor, pero no. Esto empeoraba la situación. Mi cabeza se esmeraba en sacarme encima lo asquerosa que estaba siendo, lo repulsivo que acaba de hacer...

Sólo pude llorar como un bebé llorón.

❈❈❈

Sin darme cuenta, me había dormido en el piso de cerámica. Mi trasero se sentía helado y dormido al mismo tiempo, por las horas allí en el suelo. Quité el seguro de la puerta, y la abrí sin cuidado, cuando algo pesado cayó encima ante mi asombro.

—¡¿Pero qué...?! —exclamé asustada

Ahí estaba mi raptor, tirado en el suelo, con la cara en expresión adolorida y soñolienta. Había estado apoyado en la puerta, al igual que yo.

Por un momento sentí un poco de ternura, y se me escapó una pequeña risita tonta.

—¿Qué hacías ahí? —pregunté divertida

Él se quedó ahí tirado sobre la cerámica, mientras se tomaba la frente.

—Lo que probablemente hacías tú —me miró mal, y se levantó

Luego recordé la situación en la que estaba, y la ternura, se esfumó por completo.

Se quedó allí sentado, inmóvil, aún como dormido, observando hacia la nada.

—¿Por qué me tienes aquí? —pregunté apacible—. Es decir... Dijiste la otra vez que tenía que ver con cuando te quisiste suicidar...

—Tú tienes la culpa de estar aquí —me interrumpió violento, volteando a verme con furia

—¡¿Pero por qué?! —insistí angustiada—. ¿Qué hice?

Me miró como perdido, pero luego respondió;

—Yo me iba a ir de este mundo asqueroso. Pensé que no había nadie en este lugar que pudiese hacerme pensar que valía la pena vivir...

Se quedó pensativo un momento

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