C u a r e n t a y u n o

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Capítulo cuarenta y uno

Nada podría haberme despertado, pero desde pequeña tengo la costumbre de hacerlo cuando alguien me observa. Mi madre siempre me ha dicho, que cada vez que pasaba por mi habitación y me observaba unos segundos, despertaba en seguida.

Cuando lo hice esta vez, fue la culpa de Javadd. Me miraba ladeado, con el codo afirmado contra el suelo de la tienda, y su cabeza afirmada en la mano.

Me observaba inmutable, sin ninguna expresión aparente.

—Hola —esbozó una sonrisa

Lo miré más detenidamente, y me fijé en un detalle; estaba sin remera.

Abrí mucho los ojos

—¿P-porqué? —apunté su torso desnudo con mis ojos

Comenzó a reírse.

—Me dio calor hace un rato y me la quité —al ver mi expresión, siguió calmándome—Tranquila, no es eso que estás pensando

Rodó los ojos, y se destapó de las frazadas.

—¿Ves? —alzó ambas cejas—. No puedo creer que desconfías de mí.

Negó algo frustrado, a decir por su rostro. Se levantó de nuestra improvisada cama, y salió de la tienda.

Salí un poco después, pero no lo vi por ningún lado.

❈ ❈ ❈

—¿Javadd? —dije en voz medianamente alta

Habían pasado más de dos horas y no aparecía. Había almorzado, bañado y alcanzado a hacer muchas cosas para distraerme pero, ¿Y si le había pasado algo?

Caminé adentrándome en el bosque.

—¿Javadd? —repetí más alto

Pero nada. No había respuesta más que el ruido de las hojas y de la naturaleza. Busqué por cualquier, rincón. Fui hasta el río.

No estaba.

Caminé por donde no recordaba haber andado antes, y tampoco lo encontré por ningún lado.

Volví a ir a aquel lago tranquilo que había encontrado el día anterior, pero tampoco estaba. Desesperada volví a la tienda, pensando lo peor.

Cayden.

Pero cuando llegué, me encontré con la puerta trasera del carro abierta, con Javadd sentado poniéndose una camiseta.

Lo miré desconcertada

—Te busqué toda la tarde. ¿Dónde demonios estabas? —me acerqué algo huraña

—Que importa —le quitó importancia, pasando una mano por su cabello que estaba notoriamente mojado

—Ah, estabas en el río —observé—. Pero cuando te fui a buscar allí, no estabas

Me miró de reojo, mientras se ponía unos calcetines.

—Pues no viste bien —respondió a malas ganas

Se bajó del auto, y se dirigía a algún lugar pero me planté delante de él, parándolo.

—Hey —lo miré enfadada—. No puedes llegar y desaparecer.

Frunció el ceño

—¿Enserio? —alzó ambas cejas

Apreté la mandíbula, enojada. Estaba poniéndose demasiado irritable.

—¿Qué te sucede? —lo miré confundida—. Cambias de humor como un bipolar...

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