Q u i n c e

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Capítulo quince


Al día siguiente desperté demasiado alterada. Era esa sensación que había sentido unos días antes...

Sentí la sensación de querer levantarme e ir hasta donde Cayden.

Un sueño se repetía en mi cabeza, y las imágenes de aquel chico castaño repitiéndome que era el motivo que había encontrado para seguir viviendo, hacían eco cuando desperté.

Necesitaba verlo. 

Recordé que estaba en prisión.

¿Qué mierda me sucedía?

Esa misma mañana salí rumbo a la prisión Stanborn, en donde se supone que iban todos los marginados de esta ciudad. Tomé un taxi, que me costó un maldito ojo de la cara, pero llegué. Entré no sin dificultad, ya que por ser menor de edad me hicieron un lío enorme.

Tuve que mostrarles un permiso falso de mis padres, que yo misma había hecho.

Cuando llegué a la sala de visitas, me dio algo de vergüenza. Era como en las películas; asientos separados por un mesón con un gran vidrio separándoles los rostros, y un teléfono para cada visitante y preso.

Me senté dirigí a sentarme en uno de los asientos. A medida que caminaba, me sentía observada por las demás chicas —en su mayoría—, que habían allí.

En unos segundos después, Cayden caminaba al asiento frente a mí al otro lado del vidrio, a paso lento y titubeante

Una vez estuvo allí, tomamos el auricular al mismo tiempo

—Hola —saludé sin saber muy bien que decir

Me observó impávido, con unas ojeras enormes adornando debajo de sus ojos

—Yo... quería verte —volví a hablar

Algo me pasó por la cabeza. Siempre había oído hablar, de que cuando un hombre entraba a prisión, a veces los violaban.

Eso me oprimió el estómago.

—¿Cayden? ¿Puedo hacerte una pregunta? —me apresuré a decir—. ¿Has estado...bien?

Su rostro cambió a una pequeña sonrisa sarcástica

—Claro, ¿Por qué no habría de estarlo en esta mierda llena de bazofia por dónde camine? —alzó los labios, irónicamente—. De puta madre

—Hablo enserio —lo miré mal—. Estoy diciendo, si...¿No te han hecho algo?

—No... aún —respondió con sus ojos fijos en los míos

Me quedé inmóvil mirándolo

—Oye —le hablé—. Tengo que confesarte algo

—¡Se acabó el tiempo! —gritó una guardia de allí, y comenzó a obligarnos a salir.

Cayden me miró con curiosidad, y con notable decepción al ver que me iba de allí.

Me siguió con la mirada, y yo a él, hasta que salí de la habitación.

Quise haberle dicho que había despertado con ganas de estar con él.

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