V e i n t e

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Capítulo veinte


Porque el amor cuando no muere, mata. Porque amores que matan nunca mueren.

Joaquín Sabina

Algunas imágenes atravesaban mi mente sin piedad.

Parecían querer atormentarme hasta terminar conmigo, hasta que no quedara ni un poco de mi normalidad. Hasta que el dolor y el temor se apoderaran de cada rincón de mi mente, y despertar no fuese una opción.

Como Cayden era violado, maltratado o asesinado. ¿Por qué mierda mis sueños ahora no eran más que pesadillas?

Cuando desperté de aquella horrible noche, temía que todo aquello fuese verdad. Qué en verdad Cayden estuviera pasando por cosas así.

Y me daba asco, me molestaba; me angustiaba. Por lo mismo, casi corrí de casa aquel día sábado, donde no perdería clases, y donde mi desesperación me llevó a estar media hora antes de tiempo en Stanborn.

—¿Tan temprano?—me miró Amelia, con una sonrisa

Sonreí de medio lado

—Me equivoqué con la hora —me alcé de hombros, intentando sonar casual

Luego de eso no hubo más conversación. Cuando llegó la hora de la comida, me ubiqué ansiosa en mi puesto. Pasaban y pasaban hombres; corpulentos, escuálidos, rubios, morenos, altos, bajos... Pero ninguno era Cayden. Ninguno era rubio, de contextura equilibrada y de mirada psicótica. Ninguno.

Me quedé tirada sin ánimos al termino de mi turno, en una silla al interior de la cocina, cuando llegó Michael, el guardia en jefe que me atendió la primera vez que llegué aquí con la falsa identificación

—¡Hay que llevar almuerzo a la habitación! —gritó a la cocina

—¿De nuevo? —preguntó una de las cocineras, que ya no recordaba su nombre—. ¿Quién es esta vez y porqué?

—No seas tan chismosa y haz tu trabajo —gruñó el guardia, y se fue desde donde vino

—Uf, que malas pulgas es. Espero que Shauna vuelva de su descanso... —comentó más para si misma que para las demás mujeres

Y yo esperaba lo contrario. Si era lo que pensaba, la tal Shauna era la guardia que había tomado mi identificación real semana o días atrás. Aunque... ¿Cómo diablos se acordaría exactamente de mi? No creo que todo conspire en mi contra.

—Bien, nueva, tu vas. Estamos todas bien cansadas, así que... —levantó las manos la misma cocinera que había hablado

¿Cómo si estar parada levantando el brazo mecánicamente una y otra vez no cansara?

—Bien —respondí sin ánimos de contradecir. De todas formas era la nueva aquí, así que debía acatar las órdenes si no quería meterme en problemas y perder este trabajo

Serví el plato en una bandeja, y me encaminé al lugar donde me describieron, quedaba la ''habitación''. Me explicaron que siempre dejaban allí a los tipos que intentaban suicidarse, o eran demasiado conflictivos con los demás, y que si pasaban más de tres veces allí, los enviaban al psiquiátrico.

Y, que debía dejar la comida por una rendija, y por lo mismo, no iría acompañada de ningún guardia.

—Toma las llaves de la rendija —me había tendido Amelia

Cuando llegué, me encontré con una habitación sin ningún espacio por el que se viera, ya que era todo cubierto de metal.

Abrí la rendija y antes de meter la comida, miré de curiosa.

Si, si, si. Está mal. Podría haber sido un loco de verdad, y no lo sé, haberme escupido por allí, metido la mano y reventarme el ojo. Quizás eso era poco posible, pero no, no pasó nada de aquello.

Me encontré con un chico demacrado, escurriéndose casi sobre la pared. Me dio algo de compasión, así que le hablé intentando sonar amable.

—Hey, aquí tienes tu comi... —me callé en segundos cuando el chico miró en mi dirección, y reconocí su rostro en segundos—. Cayden, por Dios, que demonios haces aquí...

Se acercó, y recibió la bandeja plástica

—¿No me vas a responder?—pregunté afligida

No obtuve respuestas, tan sólo una mirada fugaz y lúgubre.



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