Capítulo 1

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—¿Dónde andabas?— pregunta mi madre cuando me ve atravesar la puerta principal.

Termino de cerrar la puerta y entro por completo a la pequeña sala. Ella se encuentra sentada en la mesa de madera, mientras una botella ya vacía se encuentra sobre esta, y otra recién destapada lista para beber.

—Te hice una pregunta, mocosa. Responde— grita dándole a la mesa.

Me sobresalto y respondo rápidamente.

—Estaba atendiéndole el puesto de flores a Carmen, mientras ella hacía una diligencia.

—Carmen Carmen Carmen— canturrrea— no te di permiso para que vayas donde esa estúpida.

—Eh... Lo sé. No te quise molestar porque estabas ocupada con... Con...

—Dilo, estaba revolcándome con un hombre, si, lo sé. Pero pudiste esperar a que terminara para pedirme permiso.

—Lo lamento.

—Siempre lo mismo.

—¿Que hay para comer?— pregunto.

—Nada. No tengo dinero, ve donde Carmen y dile que te de comida— dice rodando los ojos.

—Pero, ese señor ¿no te dejó dinero?

—¿Me estás llamando puta? — grita parándose de un salto de la mesa.

—No no no— retrocedo mientras niego al mismo tiempo con la cabeza.

—Si quieres comer ve y sal a prostituirte, no tengo porque darte dinero— me agarra del cabello, halándome fuerte— Si quieres dinero te pones a trabajar, suficiente tengo con aguantarte.

Me suelta el cabello y vuelve a donde estaba antes. Salgo corriendo hacia mi habitación y me tiro en la cama, mientras dejo salir las lágrimas. Lloriqueo mientras siento todo el mundo derrumbarse sobre mí. Algunas veces me pregunto ¿cuál es mi misión en este mundo? ¿Por qué tuve que nacer? No debí nacer, siento como si este mundo no hubiese sido diseñado para mí, como si mi lugar no estuviera aquí. Antes, cuando era niña, siempre soñaba con que un príncipe me salvara de este Abismo, pero ese príncipe nunca llegó y esa idea con el paso del tiempo fue desapareciendo de mi cabeza.

Uno: los príncipes no existen.
Dos: ningún chico se fijaría en mí con todo este desastre que llevo encima.

Me limpio las lágrimas con rabia y me paro de la cama. ¡Ya basta de llorar! Voy a hacer lo que siempre debí de hacer. Tomo mi mochila del suelo, abro la gaveta donde guardo el poco de ropa que tengo y la meto toda allí. Me coloco mi gorro rosa de lana, me cuelgo la mochila de ambos hombros y abro la ventana de mi habitación; le daba gracias a Dios que la ventana no llevaba hierros, así me podía escapar por ahí. Miro toda la habitación y empiezo a llorar, me desplomo en el suelo sintiéndome impotente e incapaz de hacerlo. Aunque mi madre me odiara e hiciera todo lo que hiciera yo la amaba, ella me dio la vida y era difícil no quererla o dejarla. Aunque me tratara como una basura ella me trajo al mundo, en vez de abortarme tomó la decisión de tenerme.

Odio ser tan débil, lo odio.
¿Por qué tengo que ser tan sensible?

Tenía que irme, no podía seguir siendo maltratada, ni podía tomar el riesgo de que uno de esos hombres un día abusara de mí. Una vez uno estuvo a punto de violarme, pero me defendí dándole en sus partes y huyendo por la ventana, mi madre me reprendió a la mañana siguiente (como siempre los defendía a ellos) pero eso no me importó, porque sólo me estaba defendiendo.

Estrujo mis ojos, gateo por el piso hasta una libreta que estaba tirada en el suelo, busco una pluma y escribo en la hoja:

"Te quiero, al parecer tú no, pero yo sí te quiero ¿sabes por qué? Porque me diste la vida, y sólo ese simple gesto hizo que yo te amara, mamá"

Dejo la nota sobre la cama, me acerco a la ventana y salgo de un salto por esta. Camino por las calles frías de la vecindad mientras me froto los brazos con las manos; llevaba un short, una camiseta y eso no me calentaba nada, resoplo haciendo que un mechón de cabello que colgaba de mi frente saltara un poco. Pateo una lata de refresco que había en la acera, sonrío al ver lo lejos que llegó.

Miro el cielo cuando gotas de lluvias empezaron a caer, me encojo de hombros y sigo caminando. Paso un mechón de cabello detrás de mi oreja y meto mis manos en los bolsillos de mis short.

Escucho unos pasos tras de mí, freno y me giro lentamente, un hombre de algunos cuarenta me miraba de arriba abajo mientras se relamía los labios. Sin poder evitarlo comienzo a temblar.

—¿Qué hace una niña tan bonita como tú a estas horas en la calle?— pregunta acercándose.

—Eh... Nada.

—¿Cómo que nada, niña linda? Dime, confía en mí— dice acercándose más y más.

—No se me acerque— grito.

—No te haré nada.

Me giro y empiezo a correr lo más rápido que mis pies me permitieron. Sentía sus pasos detrás de mí. Por la forma en la que va vestido puedo notar que es un indigente. Un indigente muy sabio.

Seguí corriendo y corriendo, me sentía sofocada. Doblé a la izquierda hacia un callejón, mis pies se doblaron y resbalé sobre un charco, cayendo al piso y mojándome toda, cuando me iba a parar un cuerpo cae sobre mí. Chillo bien alto para que alguien me pueda escuchar.

—Por favor, suelteme— lloriqueo.

—No debiste huir, niña linda. Ahora serás sólo mía. Mía mía mía.

Le di un empujón logrando quitármelo de encima, cuando iba a empezar a correr me toma por la mochila, gruño y me deshago rápidamente de la mochila. Empiezo a correr ahora más rápido. Escucho como me grita pero no me detengo, así pasaron como cinco minutos, yo corriendo como loca por la calle, cuando me vine a dar cuenta ya estaba en un puente, miré todo a mi alrededor, ya estaba fuera de peligro. Suspiré pero al poco tiempo comencé a llorar, ahora tampoco tengo ropa. Genial.

¿Por qué a mí? ¿Por qué diablos todo me pasa a mí? Me acerco al puente y le pego a la barandilla varias veces, mientras mis ojos se transparentaban. Escucho unos pequeños gritos tras de mí, me giro viendo como una mujer corría junto a una niña de más o menos diez años.

—Corre mami, vamos a llegar todas
empapadas— chilla la niña.

—Ya lo estamos, amor— dice la madre corriendo tras de ella, mientras reía.

—Vamos, ma. Ya casi llegamos a casa. Apura.

Esa escena me hizo llorar más. ¿Cómo sería mi vida si yo tuviera una madre atenta y preocupada? Muy diferente. Lástima. Sollozo mientras absorbía fuertemente mi nariz. Miro hacia abajo del puente, mirando el agua del río pasar, luego miro detrás de mí las luces de todos los autos.

¿Qué tal si acabamos con esto de una vez?

Miro de nuevo hacia el agua. Me muerdo el labio inferior y pongo un pie en la barandilla.

Hazlo.

Puse otro pie lista para hacerlo, cierro los ojos y me impulso hacia delante al mismo tiempo que soltaba mis manos. Pero nunca pasó, en vez de mi cuerpo impactar el agua, fue rodeado por unos brazos. Unos brazos que me salvaron de la muerte.

AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora