Capítulo 11

619 46 9
                                    

Hoy no me sentía tan incómoda al estar rodeada por los brazos de Dan, es más, se sentía bien. Estamos frente a frente, su brazo se mantenía firme sobre mi cintura. Sus ojos se abren y me pilla mirándolo de manera descarada.

—Buenos días— dice con voz ronca.

—Buenos días.

—¿Cómo te sientes hoy?

—Mejor— respondo con una sonrisa.

Y era absolutamente la verdad, después de que me abriera y dejara al descubierto mis sentimientos con él, me sentía muchísimo mejor, pude desahogarme a confianza, contarle como me sentía. Me sentí escuchada; a Carmen muchísimas veces le conté mis problemas, no del todo, claro, pero le contaba parte, ella me escuchaba y me comprendía, pero no me sentía tan bien contándole todo. Necesitaba una persona con la cual me sintiera segura, que pudiera contarle absolutamente todo sin sentirme rara e incómoda y pues creo que la encontré.



Me pongo una camiseta negra un poco holgada junto a unos pantalones de deporte del mismo color, me ato el cabello en una coleta alta y me giro en busca del cesto de ropa sucia que tenía en una esquina del baño. Salgo con él en manos para dirigirme al área de lavado, voy a tocar la puerta de la habitación de Daniel, pero la puerta estaba abierta, él se encontraba sentado en un sofá que se encontraba en su habitación con el celular en manos, mientras tecleaba algo en él desinteresadamente. Carraspeo para que me notara. Sonríe cuando me ve parada en la puerta.

—¿Traes tu ropa para lavarla?— pregunto.

—Claro, si quieres te ayudo— dice parándose de la sofá.

—No es necesario, yo me encargo.

—Pues yo haré el desayuno ¿de acuerdo?

Asiento, convencida.

Me voy directo al área de lavado. Hoy era martes y esos días los dedicaba para lavar, los martes entraba al trabajo a las dos, ya que ese día Fabiola no asistía al curso de pintura que tomaba, si, a la chica le gusta mucho pintar, además es una excelente pintora, dice que lo hace de Hobbie, pero debería pensar en dedicarse a algo relacionado con eso. Enciendo la lavadora, ya no tenía problemas con eso de que rebosara en espuma e inundara el área, pues Daniel me enseñó a utilizar la maquina demoniaca.

Echo mi ropa a lavar, dejando que la lavadora se tome su determinado tiempo, Daniel trajo su cesto y lo dejó en una esquina para que yo después realizara el mismo proceso con la de él. Insistió en ayudarme pero me negué rotundamente, pues no necesitaba su ayuda, mejor lo mandé a la cocina para que se encargara del desayuno.

—¿A qué no adivinas que estoy preparando para el desayuno?— pregunta Dan mientras me siento en una de las butacas de la barra. 

—Tostadas y zumo de naranja que compraste en el súper mercado.

Frunce el ceño.

—¿Cómo lo adivinaste?

Lo miro incrédula.

—¿Es en serio? Siempre que te dejo hacer el desayuno preparas lo mismo.

Me mira ofendido.

—Es lo único que sé hacer, no me culpes.

—Por eso adiviné— le guiño un ojo.

Suelta una leve carcajada y sigue en lo suyo. Apoyo mi mejilla en mi puño izquierdo y centro mi atención en sus movimientos, en la forma de moverse de un lado a otro por la cocina. Una sonrisa se asoma por mis labios al percatarme de una pequeña maña que tiene de asomar la lengua por la esquina derecha de los labios mientras los aplana. He de admitir que se ve sexy. Luego sigo mi recorrido por su espalda perfectamente ancha, me pregunto como se vería en aquel uniforme de fútbol americano. Dejo mi chequeo inapropiado por su cuerpo cuando el timbre suena, él se voltea hacia mí y me mira con una ceja alzada, llevo mis manos al borde de la barra mientras fijo mi mirada en el corredor.

AbismoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora