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    El moreno volvió a recostar su cabeza contra la pared de madera de aquella pequeña cabaña. Nunca se acostumbraría a estar esposado con aquel hierro puro y pesado en sus muñecas, y tampoco aportaba el hecho de que estuviera en el suelo. Como de costumbre, el lado más anchó y la cama de paja era usada por su gigantón amigo, y el normalmente en las paredes o en el centro amarrado. Hoy los habían juntado con Droy, Warren y otros dos jóvenes esclavos, acabados de llegar desde el otro lado del mundo.

    Se quedó observándolos, sus rasgos, aunque eran de la misma raza, tenían par de cosas distintas. Su descendencia venía directo de los africanos, pero la verdad es, que Gajeel nunca había visto tierras del viejo mundo. Se preguntaba el ¿cómo serían? O lo peor, cuanto dolor por ser separados de sus familias, costumbres, y lo que todos ahí anhelaban, su libertad...

Su burbuja de pensamiento fue diluida por el sonido de las llaves en la puerta, los demás estaban dormidos, así que el único que volteó a ver fue él.

-Ah, con que ya estas despierto Hombre de Hierro- Su ceño se frunció cuando el Redfox descubrió que era el capataz.

-¿Ahora que quieres?- Dijo con voz cortante, lo que ya era costumbre.

-No seas tan reprimido estúpido, vine a trabajar. Primero... ¡EH! ¡¡ARRIBA TODOS!!- Con aquel grito despertó a los demás esclavos en la choza, y cuando ya estaban algo despiertos tomó a los dos muchachos de las manos, encadenadas igual que las de él, solo que, los grilletes de Gajeel eran mucho más gordos, más pesados, y más antiguos.

-Ustedes dos, deben de saber su vida aquí, y más... Quienes mandan- Casi escupió aquellas palabras -Y tu- Señaló al moreno -Tu ya deberías aplicartelo, cada día me haces más contento- Sonrió con malicia, y Gajeel puso cara extraña ¿De que mierda este hablaba?

Se puso de rodillas y lo desencadenó, pero igual lo empujó hacia el exterior, exigiéndole que lo siguieran, pues al parecer, el jefe les quería hablar...

*.*.*.*

-¡Gh!... Más cuidado-

-Callate, contigo no debo tener cuidado, bestia- Lo volvió a empujar el capataz, desbalanceandolo un poco. Aún no le habían quitado los amarres en sus muñecas, pero si fue separado de los dos nuevos hace mucho. Sabía que aún estaba dentro de los terrenos de los McGarden, sólo que, estaban en la zona de castigos.

-¿Y ahora que mierda se supone que hice?-

-Tu sabrás...- El Redfox lo miro seriamente, pues la verdad era que no tenía ni idea de que había hecho, o acusado, de ese tipo se podía esperar cualquier cosa. Entraron a una choza amplia, o como ellos llaman, la central. Allí se hacían la mayoría de los castigos, si no eran afuera en público. Él estaba conciente de cuantos de sus compañeros habían perdido la vida en aquel lugar en el plazo de tiempo que había estado en este asendado. El estar aquí, no eran para nada buenas noticias...

Antes de que se diera cuenta, el capataz lo había golpeado en la espalda alta, provocando que callera de rodillas al sueño, y cuando iba a gruñir, una voz lo interrumpió.

-Así que... Usted es el famoso Hombre de Hierro...- El esclavo levantó su rostro, y en pocas veces en su vida había sentido aquel escalofrío recorrerle su cuerpo entero. En lo que llevaba en aquel Hacendado, nunca en su vida lo había visto, y ahora estaba frente a él. Su semblante estaba serio, sin ningún símbolo de nulo sentimiento, sus rasgos de edad solo le daban aún más autoridad, y si no fuera porque estuviera ahora mismo de rodillas en el suelo, pudiera predecir que le pasaba en centímetros. Aquel hombre, no era nada más y nada menos que el Sr.McGarden... El padre de Levy. Camino con deteminiento, demostrandose por sobre todo seguro, su cabello era azul blanquezco, por las canas debido a su edad.

Rompiendo las cadenas... {Gajevy/GaLe A.U.} *EN EDICIÓN*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora