Capítulo 32. Perdóname.

108 23 11
                                    

Maratón 5/5:

La limusina de los Fernández había estacionado en el aeropuerto de Madrid. Bajaban y entraban. La prensa los perseguía y ellos los esperaron para responder todas sus preguntas. Una señora alta, de cabello oscuro y lacio, con ojos azules y un uniforme de secretaria, se acercó a ellos.

—Hola, señores Fernández. ¿Cómo están?preguntó con voz alegre mientras la cámara del hombre que la acompañaba se acercaba a ellos.

Estamos bienrespondió Alejandro.

—Nos enteramos que han venido para finiquitar negocios con otras empresas sobre sus nuevos perfumes, ¿Es cierto?

Así esrespondió Angélica—. Cerramos negocios con la empresa Días de Amor y ellos venderán nuestros productos.

—¿Cómo son sus nuevos productos?

—No daremos muchas explicaciones, pero sabemos que estos nuevos productos les gustarán, serán innovadores. Solo diremos eso —dijo Alejandro.

—Gracias entonces. Feliz día —dijo la periodista dejándolos ir.

Se montaron en su avión privado con un piloto desconocido para ellos. Sin importar quién era, se sentaron lo más alejados de él; Alejandro recibió una llamada de su gran amigo y contestó.

—¿Rubén?preguntó—. ¿Qué sucede?

—Ayer no pude llamarlo, señor. Me disculpo por eso.

—¿Por qué lo dices?

—Intenté llamar a Rocky, pero no contestaba. Fui allá a averiguar qué pasaba y lo encontré varios metros después, enterrado en la arena, muerto, de tres tiros en el cuerpo.

¿¡Qué!? preguntó exaltado. Angélica lo miró desconcertada y el piloto que ya había puesto el avión en el aire volteó al oír ese "grito"—. ¿Qué? —preguntó un poco más bajo y el conductor volvió a su lugar sin prestar más atención a lo que pasaba con sus pasajeros.

—Así es. En su tumba estaban escritas unas palabras que decían: «Por mis padres».

—¿Fue Lynch entonces?

—Sí. Ese chico se ha vuelto un asesino y posiblemente ya está planeando destruirnos, porque no está ahí... y su hija Javiera, tampoco está.

—¿Dices que se fueron?

—Sí.

Alejandro pensó en las personas que había conocido hacía un rato.

¿No sabes donde podrían estar?

—No. No tengo ni la menor idea, señor.

—Yo sí dijo Alejandro, y Rubén (desde el otro lado del teléfono claro está), colocó una mirada de confusión—. ¿Está Tomás Brake ahí?

—Sí. ¿Quiere qué le haga algo?

—No. Déjalo en paz, nuestra lucha no es con él.

—¿Sabe dónde puede estar Ross Lynch y su hija?

—Mi intuición no falla —dijo él—. Tengo la sensación de que sé dónde están.

—¿Dónde?

—En Madrid. Están aquí en Madrid. Posiblemente le dijo la verdad a mi hija y ella se le uniódijo con decepción en su voz. Había tenido esa idea rondándole por la cabeza desde que la mandó a la mansión de Tomás Brake, pero no había querido creer que eso podría pasar—. Quiero que mandes a uno de tus hombres del Bar Español a vigilar a un hombre alto, castaño, de ojos azules y buen porte acompañado de su esposa. Sé que hoy irán en la noche y posiblemente destruyan el bar.

Identidad Ross Lynch [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora