John

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—¿Cómo lo has hecho? —gritó Isabella mientras entraba por la puerta. Era obvio que después de lo que había pasado entre ellos, un hola, buenas tardes, no era lo que iba a conseguir.

John se frotó la cara para intentar quitarse las legañas. Se había estirado en la cama y se había quedado dormido. Supuestamente, el dolor de cabeza tenía que haber desaparecido pero no había sido así.

—¿Cómo has podido desaparecer de mi despacho? ¿Es algún truco de magia que usas a menudo? Ya sé —Isabella entró hasta el salón, sin dejar de agitar los brazos como una posesa—, es el truco genial para deshacerte de la última chica, ¿verdad?

—Isabella, no sé de qué demonios me estás hablando —confesó mientras disolvía un comprimido efervescente en un vaso lleno de agua. Arrugó la nariz ante el vaho maloliente que desprendía la mezcla—. Mira, no me encuentro muy bien y si vas a volver a gritarme o a golpearme, ¿podrías esperar a mañana?

 Isabella se calló, se quedó allí, en medio de la habitación, mirándole fijamente.

—¿Y ahora qué? —preguntó John tras apurar el contenido del vaso de un solo trago.

—Joder —murmuró—, es verdad. No tienes ni idea.

—¿De qué coño estás hablando? —preguntó. Entonces se fijó en la hora que mostraba el pequeño reloj de pared. Dos horas, había estado durmiendo durante dos horas enteras. «Si solo cerré los ojos un minuto».

—¿Dónde estabas hace veinte minutos?

—Estoy en pijama. Me acabas de despertar. Adivina.

—Ya te lo digo yo: estabas en mi despacho, hablando conmigo.

—Ja, ja, muy graciosa —Intentó dar un aire despreocupado a su respuesta, pero no pudo evitar un escalofrío: ¿había vuelto a suceder?

—Dios… esto es increíble, no puedo creer que esté sucediendo —murmuró como si él no pudiera oírla—. Tengo que darte un encargo y creo que es mejor que te sientes porque si hay algo de verdad en todo esto, tú vas a ser el principal sorprendido.

John la miró de arriba abajo y frunció el ceño. Estaba confuso, Isabella le confundía. Esa mañana le había despedido a hostias y ahora aparecía en su casa y… no tenía sentido elucubrar sobre eso. Se sentó tal y como le pidió, mientras ella, con toda confianza, abría la nevera y empezaba a rebuscar.

—Claro, sírvete tú misma —masculló John mientras rebuscaba en sus bolsillos un cigarrillo.

—¿No tienes una cerveza o algo así? —preguntó—. En realidad, mejor si es whisky, necesito un trago.

—Nada de alcohol.

—Vaya, no serás ex­­-alcohólico, ¿verdad? —preguntó, pero no necesitaba una respuesta. Solo era una frase hecha, un estúpido chiste… por suerte, estaba demasiado obcecada abriendo y cerrando puertas como para observar la reacción que su pregunta había producido en su rostro—. ¡Al infierno! Ni borracha podría acabar de creerme toda esta mierda.

—Quizás deberías sentarte tú —sugirió John. Esa mañana había aguantado la escenita en la cafetería, y la paliza en el callejón porque suponía que había un buen motivo para ello. Pero ahora... ¿qué excusa tenía para presentarse en su casa agitando los brazos y bramando como una loca?

—Sí, no estaría mal —dijo con algo que parecía una risita nerviosa—. Debería empezar por el principio, ¿no? Pues supongo que debería decir que siento lo de esta mañana porque parece ser que no estuve contigo anoche...

—¡Qué! ¿Con qué puta mierda me estás saliendo ahora?

—¿Qué pasó John? —preguntó Isabella mirándole fijamente—. Estabas afuera, tomándote un cigarrillo y luego...

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora