Isabella

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Isabella colgó el teléfono y lo apagó. Se planteó seriamente si tirarlo a la basura pero no, le había costado una pelea con tres operadores diferentes y sus mejores trucos para el regateo y el chantaje pero, finalmente, había conseguido su magnífico móvil. Y no iba a desprenderse de él solo porque la persiguiera la policía.

«No he hecho nada malo. ¡Mierda! No he hecho nada malo. ¿Por qué no buscan delincuentes o cosas así? Seguro que hay muchos». Gruñó mientras salía del área de servicio rumbo al pequeño escarabajo verde. Parada técnica y de nuevo a la carretera. Empezaba a notar cada uno de los muelles de su «confortable» asiento. Y ahora le tocaba conducir así que no podía dormir. Bueno, cantaría un rato o buscaría un tema de conversación. Pero su compañero de viaje estaba un poco ausente y a veces tenía la sensación de estar encadenando monólogos.

John la esperaba sentado en una de las mesas de picnic que había en el exterior. Casi todas estaban vacías. Hacía frío y el clima hostil no invitaba a pasar demasiado rato a la intemperie pero el joven parecía inmune a ello enfundado en su abrigo de lana. Jugueteaba con M, tirándole miguitas de pan que el cuervo hacía rodar antes de comérselas.

Isabella sonrió. Parecía un chico jugando con su extraña mascota, nada hacía pensar en el extraño vínculo que mantenían.

—Pensaba que estabas enfadado con él —dijo Isabella.

—No, tú estabas enfadada —replicó él—. A mí solo me cabrea que se acostara contigo.

—Tú no lo has hecho porque no has querido —comentó ella con una mueca burlona.

—¿Vas a volver a sacar el tema? —gruñó él—. Pensaba que considerarías caballeroso que no me aprovechara de tu vulnerabilidad.

—Eres adorable —dijo Isabella colgándose de su brazo—. Un encanto. Un cielo. Pareces sacado del manual del novio ideal... de la década pasada —suspiró.

—Y luego dicen que el romanticismo a muerto —se rio él—. Pero lo que no dicen es que ha muerto golpeado, vapuleado, descuartizado, rebanado, quemado, fusilado, despellejado y eviscerado por las feministas radicales amantes del sexo sin ataduras como tú.

—¿Algún problema con ello?

—Oh, no —negó—. Sin flores, bombones y diamantes, el amor carnal está al alcance de todos los bolsillos. Me encantan las feministas radicales amantes del sexo sin ataduras.

—¿Sin ataduras? —murmuró Isabella. Eso ya no le gustaba tanto. John sonrió burlón al ver la expresión de su rostro.

—Ahora dirás que te gusto por mi sentido del humor —dijo John con sorna.

—No, me gustas por las inolvidables noches de sexo que hemos pasado, so tonto —masculló—. ¿Por qué te gusto yo?

—Porque me pagas las facturas —dijo John con tono serio.

—No te rías de mí —titubeó Isabella—. Oye, sé que parezco muy segura y eso pero... vamos, me veo en el espejo cada mañana. No voy a decir que soy fea pero no soy nada del otro mundo y tú... tú podrías tener a quién quieras.

—Cierto —dijo John—, eso tengo.

La besó en la mejilla y se metió en el coche sonriéndole a través del cristal. Sus ojos brillaban como su sonrisa. Isabella se quedó un rato allí, con la boca abierta y sonrojada como una niña tonta. Se llevó la mano a la mejilla, aterida de frío, todavía podía notar la marca cálida de donde había depositado sus labios.

—De manual —murmuró con voz soñadora—. Es un novio perfecto de manual.

***

—¿Has tenido muchas novias? —se atrevió a preguntar. Lo malo de llevar horas conduciendo sin hablar era que daba muchas vueltas a las cosas. Y una cosa que había comenzado como una simple observación, había ido girando y girando como una bola de nieve, creciendo y creciendo, llevándolo todo consigo hasta que, a pesar de que todos sus instintos le gritaban que no lo hiciera, la dejó caer.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora