David

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—¿Señorita Smith? —preguntó, sorprendido de que alguien hubiera cogido el teléfono. Las otras cuarenta veces que lo había intentado había saltado el buzón de voz. Pero la desidia y la desesperación hicieron que marcara una última vez.

—¿Sí?

—Oiga, por favor, no cuelgue. Soy el agente Jovovich, ¿está bien?

Estoy viva, si es lo que pregunta. Y estoy bien. Oiga, me ha llamado cincuenta veces, creí que ya lo había dejado todo claro.

David hizo un gesto a Bishop y le señaló el teléfono. Ella dudó un momento pero leyó sus labios cuando él pronunció «Isabella» gesticulando mucho y corrió a su ordenador para activar la detección por GPS del móvil.

—¿Por qué no nos habló de Raynolds O'Malley? —preguntó. Al otro lado de la línea, se hizo el silencio, pero aún podía oír la respiración de la joven, súbitamente más superficial, más rápida, más nerviosa. «¡Bingo!»—. Intentábamos encontrarla, y viendo que teníamos motivos para suponer que su vida corría peligro, pedimos varias órdenes judiciales. Encontramos unas páginas muy interesantes en el historial de su ordenador. ¿Investigaba a su novio?

—Eso no es asunto suyo —murmuró la joven. Parecía enfadada.

—Señorita Smith, tenemos razones para creer que usted y John Doe pueden correr grave peligro. Anteayer, la noche después de que la atacara a usted, Ray O'Malley atacó a Sarah Webber, la dueña del Bittledrops. ¿Empieza a ver la conexión?

—¡Cielo santo! —exclamó la joven—. ¿Está bien?

—Conserva los ojos y la vida, así que se pondrá bien. Desgraciadamente, no podemos decir lo mismo de Samuel Perkins —dijo mientras intercambiaba miradas con Bishop. Esta fruncía el ceño y renegaba en voz baja por la lentitud del hardware.

No sé quién es Samuel Perkins.

—Usted puede que no, pero su novio seguro que sí ya que constaba como la última visita que había recibido el paciente del Santa Susanna.

Oh, mierda, Beaver. Pobre John... —Seguramente la joven no era consciente de que su exclamación daba a David toda la información que necesitaba y más.

—Señorita Smith, usted lo sabe, ¿verdad? Sabe lo que está buscando Ray O'Malley. Por eso ambos salieron corriendo. Podemos ayudarles solo tiene que...

—¿Cree en fantasmas, agente Jovovich? —preguntó Isabella con voz trémula—. Dice que ha visto los archivos de mi ordenador, entonces sabe lo que yo sé: Ray O'Malley murió hace un año en Los Valles. Dígame, ¿cómo puede protegernos de un fantasma?

—No creo que Ray O'Malley esté muerto. Señorita Smith, he visto su proyecto de tesis, entiendo que pueda pensar que...

—¡No! ¡No entiende una mierda! Lo vi, agente Jovovich, lo vi. Estaba muerto. En su pecho había un agujero por el que podía pasar mi mano abierta.

David no dijo nada. Dejó que la joven se tomara unos segundos para tranquilizarse.

—Señorita Smith... —intentó de nuevo.

Oiga, ¿quiere ayudar? Averigüe quién mató a Marie Sawyer.

El sonido de la línea indicó que Isabella había colgado pero David todavía tardó un poco en hacer lo mismo. Se había quedado petrificado. Hacía mucho tiempo que no oía ese nombre y no creía que volvería a oírlo nunca más. «Esto es ridículo. No es posible».

—¡La tengo! —exclamó Bishop—, pero no sé si servirá de mucho. Es un área de servicio cerca de Gibbon, en Nebraska. Daré la descripción del coche a los locales.

—¿Nebraska? —preguntó David—. No tiene sentido, ¿a dónde van? ¿Por qué... ? —David dudó. «¿Por qué quiere que averigüe quién mató a Marie? ¿Qué tiene qué ver en todo esto». Tarde o temprano se arrepentiría de eso—. Alice, no les digas que les detengan. Mándales la descripción del coche y que informen cuando le vean. Quiero saber exactamente dónde están a cada momento. Hay demasiadas incógnitas en esta historia.

Rebuscó entre los papeles de su escritorio y de uno de los cajones sacó una carpeta vieja, manoseada del uso continuo. Cuando la tocaba, el cartón deshilachado le provocaba dentera, pero aun así, cada cierto tiempo, él tenía que cogerla. Reconocía cada una de las manchas de la superficie, lágrimas, alcohol, café... Suspiró antes de abrirla y contuvo el aliento durante un segundo para leer el título que ya se sabía de memoria. «Número de expediente R-6524. Angel M. Sawyer. Desaparecida». Abrió la carpeta y la imagen de una joven de ojos negros le sonrió. Él también lo hizo y la acarició suavemente con la punta de los dedos, pensando en la última vez que había abierto esa carpeta, solo para llorar con un vaso de Bourbon recordando el tiempo perdido.

—David —dijo Bishop con voz vacilante, usando su nombre de pila, como solo hacía cuando la preocupación se sobreponía a las formas.

—¿Has hablado con los agentes? —preguntó David.

—Todavía no pero...

—Hazlo, pues. Si prefieres, lo hago yo —dijo, cogiendo el teléfono. Bishop puso una mano sobre la suya.

—¿Por qué te haces esto?

—Marie Sawyer —repitió—. Isabella dijo que buscara quién mató a Marie Sawyer.

—Puede ser casualidad.

—¿De verdad lo crees? —preguntó.

—No, no lo creo. Pero puede que Isabella Smith no sea tan ingenua como parece. A lo mejor te ha investigado y sabe lo de Angel pero... Admítelo, esto tiene más sentido que cualquier otra opción.

—Dijo que estaba muerta —murmuró sin hacerle caso—. Eso explicaría muchas cosas. ¿Puedes ocuparte de todo aquí? —dijo mientras se levantaba de la silla y cogía el abrigo.

—Sí, pero... ¿a dónde vas? —preguntó Alice.

—Al origen de todo: Los Valles. —Cogió la carpeta del informe Sawyer mientras salía por la puerta—. Conseguiré la exhumación del cuerpo de Ray O'Malley y, te apuesto lo que quieras, a que los chicos van hacia allí.

Había sonado convincente, era lo que iba a hacer. Trabajar. Pero si mientras trabajaba en el caso se desviaba ligeramente del camino, para visitar a una vieja conocida en un pueblo cercano, nadie le diría nada. ¿Verdad?

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora