David

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Temblaba. No era la primera vez que mataba a alguien y no era remordimientos lo que sentía en ese momento. Era rabia, una rabia homicida contra el que le había arrebatado todo lo que quería, su prometida, su hijo, su familia. Pero solo había sido un disparo. Le habría gustado que hubieran sido mil más porque ni con eso habría conseguido mitigar una milésima parte del dolor que sentía en ese momento.

Jacobs cayó al suelo y rebotó como un saco de patatas levantando una pequeña nube de polvo. En ese momento fue cuando vio a John. El chico había estado oculto, cubierto por la perspectiva. Estaba de rodillas y se sujetaba el brazo. ¿Estaba herido? Eso debía haber sido el disparo que había escuchado antes.

David seguía furioso y por un momento se planteó descargar parte de esa rabia mal contenida en el muchacho que tenía delante. Porque él había sido quién había abierto la caja de Pandora y removido viejas heridas que creía superadas. Ahora estaban abiertas y supuraban de infección, y escocían. Apuntó a su frente, entre los ojos que le miraban como dos grandes y oscuros interrogantes.

«Sus ojos...», pensó y vio el rostro del Marie con esos mismos ojos negros, como cristales de azabache. Solo entonces fue consciente de lo que acababa de hacer.

—É-él la mató —murmuró, sintiéndose muy cansado. John asintió.

—Así es —dijo.

—¡John! —exclamó Isabella y llegó corriendo para romper a llorar en brazos de su novio que disimuló una mueca de dolor cuando ella le abrazó—. ¡Lo siento! —gimió ella—. Me encontró y... ¡lo siento!

—Ya está, no ha sido culpa tuya —dijo John en un esfuerzo por calmarla, pero sin dejar de mirarle a él—. Gracias.

—Es mi trabajo —murmuró David con sequedad apartando la mirada.

—¿Tendrá problemas con esto? —preguntó John.

—¿Por matar a un policía por la espalda sin haber dado la orden de que depusiera el arma? —preguntó con sorna—. No, qué va. Lo hago todos los días.

John se levantó con dificultades y le tendió la mano.

—Deme su arma —dijo, no parecía una amenaza, solo una petición—, por favor —añadió al ver que dudaba. David dudó un momento y se sorprendió entregándosela.

—¿Qué haces? —preguntó cuándo vio a John limpiándola con la camisa. Luego, ante su sorpresa, el joven la empuñó y disparó de nuevo contra el cadáver—. ¿Estás loco? —exclamó David.

—Tiene otra, ¿verdad? —dijo y, antes de que él pudiera hacer algo, arrojó con fuerza el arma entre los arbustos.

—¡Estás loco! —se cabreó—. Podía justificar su muerte, solo tenías que haber dicho que le había dado el alto—gruñó David, a pesar de eso, no recuperó su pistola—. ¿Pretendes cargar tú con ello? ¿Por qué?

John se encogió de hombros y gimió al darse cuenta de que uno estaba herido. Eso no tenía buena pinta, habría que llevarle a un hospital.

—Deme dos días y lo solucionaré todo —dijo—. Ya no tendrá que preocuparse por Ray, por el espectro... ni por mí. No deje que el pasado acabe con su futuro.

—¿De dónde has sacado eso? ¿De una galleta de la fortuna?

John sonrió.

—Algo así —dijo—. Tengo conexiones místicas. Deme dos días —pidió de nuevo—. Solo mañana. Pasado venga a buscarme yo no me escaparé. Y le explicaré todo lo que pueda.

—Ray está muerto —dijo, recordando el cuerpo reseco de la sala de autopsias—. He visto su cadáver.

—Lo sé —contestó el chico—, yo también lo vi.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora