Isabella

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La casa parecía sacada de otra época. Dos plantas, estilo colonial, con un porche en la entrada del que colgaba un columpio y una celosía por donde trepaba una enredadera. Ventanas con postigos blancos y un rosetón redondo, con forma de ojo de buey, en el ángulo del tejado. Nada que ver con las casas de las afueras, todas iguales, diseñadas por el mismo arquitecto. No, allí en el centro del pueblo, era como si el tiempo se hubiera detenido. Lo dicho, la pensión parecía sacada de otra época, exactamente igual que su propietaria. Beatrix La Rusa era una agradable señora que todavía conservaba su cabello rubio y su marcado acento, ambos originales.

—Tienes suerte —dijo Beatrix mientras le mostraba su habitación—, esta semana no hay ningún huésped así que puedes quedarte con una de las habitaciones con baño. ¿No espera a nadie más?

—Puede —dijo Isabella, aún no había perdido la esperanza de volver a ver a John. En teoría ella tenía que estar ya a mil millas de distancia pero había preferido quedarse y continuar con la investigación, encontrar a Marie y sus asesinos—. ¿No hay nadie más?

—No, querida —dijo la mujer agitando la cabeza—. Desde que abrieron el hotel en la entrada de la ciudad, muy poca gente busca una pensión sencilla con aire familiar. Bueno, no me puedo quejar, la parroquia siempre recomienda mi pequeño establecimiento en su página web y cuando tienen bodas o comuniones, muchas veces las familias se alojan aquí. Intento dar un poco de calor, como si te quedaras en casa de tu tía y no con unos desconocidos.

—Se nota —dijo Isabella asintiendo, la casa parecía eso, un hogar. Un sitio sencillo y acogedor donde los extraños no se sienten extraños. Pero la conversación la estaba desviando de su motivo principal, preguntar por Marie. Pero... ¿cómo podía meter a la joven en la conversación

—De todas formas, no estarás sola —dijo Beatrix con una sonrisa, cogiéndola del brazo—, mi sobrino, David, vendrá a visitarme. Ya le conocerás, es encantador. Un poco serio pero... —La señora se puso un poco triste—, perdió a su prometida hace mucho tiempo.

—Oh, es horrible —exclamó Isabella, había hablado con tantas, tantas abuelas que sabía exactamente cómo debía actuar para ganarse su favor. La norma principal era interesarse en lo que te contaban, o fingir bien. A Isabella se le daba muy bien eso último.

—Cada vez que pienso en ello, se me parte el corazón —dijo la mujer—. Yo tuve a esa muchacha aquí durante seis meses, ¿sabes? Era encantadora.

—Ajá... —dijo Isabella asintiendo sin escuchar realmente mientras inspeccionaba la habitación que le mostraba Beatrix. Era una cama grande, decorada con una preciosa colcha de Patchwork, una pared con cuadros de ganchillos, un armario y una puertecilla que conducía a un pequeño baño con ducha. La ventana daba a un árbol que había pasado por tiempos mejores y que amenazaba con caerse ante un viento un poco fuerte—. ¿Qué le pasó?

—No lo sé, cielo, nadie lo sabe. Marie desapareció ese día y nunca más se supo de ella.

A Isabella se le cayó el alma a los pies cuando reaccionó al escuchar el nombre de Marie. ¿Era ella? Beatrix llevaba todo el rato hablando de Marie y ella estaba tan obcecada en sus propios pensamientos, ideando una forma de llevar la conversación hasta ese punto que ni siquiera se había dado cuenta de que ya estaba allí.

—Pero... pero dijo que era la... prometida de su sobrino —dijo Isabella, intentando encauzar de nuevo la conversación.

—David vendrá hoy —recordó Beatrix—. El pobre la sigue buscando. No lo ha dicho con estas palabras pero... no viene mucho por aquí. Creo que es la segunda vez que viene desde que ella desapareció, y de eso hace más de veinte años. No se ha casado, pero es muy guapo. Se pasa el día trabajando. Pero es un buen partido, todo un caballero. ¿Tienes novio?

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora