El Condenado

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El joven cerró los ojos durante unos segundos y, cuando los abrió, eran completamente negros; unos ojos de cuervo. Todo cambió en él. Eran cambios superficiales, casi sutiles, pero estaban allí. La forma de moverse, la postura de los hombros, la inclinación de la cabeza...

En el cuervo los cambios también eran evidentes. Al menos, a sus ojos. Ahora el cuervo brillaba y, al perderse entre las nubes de la tormenta que se avecinaba, parecía que una estrella se perdía entre las brumas.

«Solo es un pájaro», se dijo agitando la cabeza. «Solo es un simple cuervo».

—¿Por qué brilla su alma? —preguntó, aunque sabía que el pájaro no tenía la respuesta.

—Y yo qué sé —dijo M apurando el cigarro con fervor—. Solo sé que lo hace. Y mucho. Ahora brilla más que nunca. Llevo mucho tiempo en este trabajo y nunca había visto algo así. Tenía que hacer grandes cosas, ¿sabes? Ese chico estaba destinado a cambiar el mundo. Seguro.

—¿Cuántos héroes se han quedado por el camino? —preguntó Adams. Solo era una pregunta retórica, no esperaba una respuesta—. ¿Cuántos genios se han perdido sin poder mostrar de lo que eran capaces? Ya ha pasado otras veces —aseguró—. No te corresponde a ti decidir quién vive o quién muere.

—Lo sé —admitió—, pero eso no implica que me parezca bien o que sea justo.

—¿Qué sabe la Muerte de justicia?

—Nada, por supuesto —dijo el cuervo—. Pero yo ya no soy un mensajero de la muerte como los otros; yo soy M, yo tengo un nombre. Ya no puedo ser uno más —dijo mirando como su cigarro se consumía entre los dedos—. He aprendido lo que significa estar vivo. Siempre los llevaba de un lado al otro sin importarme la vida o la muerte. Lo mío era el camino. Pero ahora he visto la vida y, me ha gustado. A veces es una putada —dijo con una mueca mientras se frotaba el pecho—. Pero... otras veces es... tan real. Hasta el dolor es real. Sí, me ha gustado la vida. La echaré de menos. —Se me levantó y señaló al pájaro que entraba y salía de las nubes, jugando entre las gotas de lluvia—. Tiene alma de pájaro —dijo—. Le encanta volar. La vida me ha gustado mucho, Condenado, tengo curiosidad por ver, qué me depara la muerte.

Tenía que habérselo visto venir pero de algún modo, fue una sorpresa. M hizo un gesto al aire y la cadena se rompió. John se alejó volando en el horizonte mientras su cuerpo moría, con el alma del cuervo dentro de él.

—¡Estás loco! —masculló Adams.

Las heridas del cuerpo de John Doe se abrieron una tras otra, en orden decreciente de antigüedad. Primero, la del pecho que le atravesaba por la mitad, su corazón... Los ojos del cuerpo se movían inquietos, buscando de un lado a otro. Pero nadie llegó. Ya estaba muerto, su corazón no latía y sus pulmones no se movían, pero en su cuerpo se seguían dibujando en rojo las cicatrices antiguas, hasta aquel primer disparo.

Nadie había venido. Nadie iría a buscarle mientras Adams estuviera allí, pero sabía que los mensajeros se acercarían en cuanto él se alejara. «La muerte no se aproximará a ti», era parte de su condena.

En algún lugar, en el horizonte, estallaba una tormenta y un cuervo libre extendía sus alas.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora