El Condenado

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Bajó del viejo autobús sin dirigir una mirada a la gente que se apresuraba a dejarle paso. Estaba acostumbrado a esa reacción: ni se acercarán, ni le ofrecerán alimento ni ayuda... Venía implícito en su maldición como el color de su piel o su pequeño problema con la vida, o con la muerte, más bien. Pero ahora la muerte jugaba con él como si fuera una mascota o como si se tratara de uno más de sus peones y él, lejos de mostrar rencor o indiferencia, encontraba estimulante esa situación. Se podía decir que, por primera vez en miles de años, la sangre latía de nuevo en sus venas.

Sin embargo, cuando llegó a ese pequeño pueblo en medio del desierto, su corazón se encogió al ver como una creciente oscuridad cubría el horizonte aunque fuera mediodía. Eso significaba que el espectro se había hecho más fuerte.

«¿Y John?», se preguntó, sintiendo una molesta punzada al pensar en el alma brillante de ese joven cadáver. Forzó la vista y le pareció intuir el brillante resplandor que estaba buscando, no muy lejos de donde él se encontraba en ese momento. Sonrió, aliviado a su pesar.

—Está por todas partes —suspiró y sintió como si la oscuridad le engullera.

El cuervo llegó volando y se colocó delante de él, bien apostado encima de una papelera empezó a dar cuenta de los restos de comida que alguien había tirado.

—Te has vuelto más valiente —comentó, tomando asiento en un banco cercano—. ¿Cómo está John? —El pájaro le miró un segundo, y siguió comiendo los restos del bocadillo—. Entiendo... Eso podría ser un problema. Ray está demasiado cerca. Si te ocupas de curar al chico no puedes mantenerle oculto y con lo oscuro que está todo, su luz atraerá a las moscas y a los espectros desagradables.

El pájaro revoloteó inquieto antes de pararse de nuevo. Parecía nervioso. Adams le miró y asintió con calma.

—Hay medidas de protección antiguas, la chica debería recordarlas. Un hogar, una invitación, familia... esas cosas siguen siendo poderosas. ¿Hay posi...? Entiendo —asintió—. Necesita esa invitación. Yo no puedo hacer nada y lo sabes —recordó—. Esto es cosa del chico muerto. No quiero que me vea, dices que está en ello, no quiero presionarle. —De nuevo, el cuervo parecía inquieto, aleteó y le miró un par de veces—. No puedo hacerlo —dijo, negando con la cabeza. Le gustaría, de verdad que sí, pero era prorrogar lo inevitable. La barrera estaba rota y Ray solo había sido el principio. Los muertos tienen que morir, estaba escrito—. Dije una semana, cuervo con nombre, una semana. Quedan tres días. Cuando se cumpla el plazo iré a buscarle, no importa dónde esté, y romperé esa cadena y no importa si ha acabado con su cometido o no, John morirá. Y no hay nadie que pueda evitarlo. Vete y cuida a tu amo, cuervo, la muerte es el menor de sus problemas.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora