David

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No había amanecido cuando sonó el teléfono. No necesitaba escuchar la voz al otro lado para saber de qué se trataba. Trabajo. Más trabajo.

—Jovovich —contestó, reprimiendo un bostezo.

Ha habido otro ataque —dijo de forma escueta la voz de su compañera.

—¿Cuántas víctimas esta vez? —gruñó, mientras fruncía el ceño al ver la hora que marcaba el reloj. Había dormido cuatro horas, todo un récord.

Ninguna —le contestó.

—¿Ninguna? —David se sorprendió—. ¿Un ataque y sin cadáveres?

La cosa no se acaba aún, vente a la comisaría —le sugirió su compañera. David ni siquiera se planteó cuándo dormía ella. Había llegado a la conclusión de que Bishop no dormía, como mucho, descansaba la vista—. Tenemos una sorpresa: una testigo.

—¿Una testigo? Bromeas, ¿verdad? —Lo más parecido a una testigo que tenían hasta el momento era Isabella Smith, y la joven no había sido de ninguna utilidad.

No, no bromeo, y lo que es mejor: tenemos un retrato robot bastante bueno y el programa de reconocimiento facial está trabajando en ello. ¡Estamos a punto de tener un nombre!

—Cinco minutos —dijo y colgó. Intentaría que fuera menos.

***

Alice Bishop llevaba la larga melena rubia recogida en un moño que le daba un aire estricto. Parte de esa sensación desaparecía cuando te dabas cuenta de que lo sujetaba con un lápiz con la punta mordisqueada. Repasaba una y otra vez, la información que vomitaban sin descanso las pantallas de monitor.

—¿Sabes algo extraño? —comentó—. Sarah Webber también vio el collar de ojos del que nos habló Isabella Smith, pero dijo que no se había fijado en él hasta que el tipo la agarró del cuello.

—Bueno —dijo David pensando en voz alta—, a lo mejor estaba oculto bajo el cuello de la americana.

—Ambas hablan de un gran número de ojos pero eso no puede ser.

—Quince víctimas en tres estados diferentes —recordó—, treinta ojos son muchos. Es cuestión de tiempo que la prensa conecte los asesinatos de Nevada y California con estos de aquí. Solo es cuestión de tiempo.

—No —negó Bishop—, no me refiero a eso. Hace casi tres meses del primer asesinato, los ojos se degradan rápidamente. Cualquier forense es capaz de determinar el estado de descomposición de un cuerpo viendo el estado de sus ojos. Sabes si el pescado está fresco por sus ojos. ¡Es imposible hacer un collar de ojos y que estos no se te derritan alrededor del cuello! Hay algo que no encaja.

—Quizá les inyecta algo, formol o algún fijador químico. Comprobemos las funerarias, quizá sepan de algún producto para embalsamar que permita conservar los ojos.

—Dáselo a los locales, les encantará tener algo que hacer —comentó en voz baja con una sonrisa maliciosa, manteniendo su comentario lejos de oídos indiscretos—. He intentado localizar a Isabella Smith para enseñarle el retrato robot que ha hecho Sarah Webber, pero no hay forma de dar con ella. La he llamado al móvil pero no coge el teléfono y en su casa no hay nadie, lo hemos comprobado. Quizá... —Hizo una pausa—. Quizá nos precipitamos al decir que no ha habido cadáveres.

—¿Has localizado al novio? —preguntó David, mientras se servía una generosa taza de café. La tercera en lo que llevaba de mañana—. Puede que esté con él.

—Es posible, pero nadie sabe nada de ese chico.

—Sigue con ello —indicó—. Ese chico esconde algo, lo sé. Puede que no tenga nada que ver con nuestro caso pero vi la cara que puso cuando nos vio. Tenía miedo de la policía.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora