Una nueva cicatriz de forma irregular, más grande que ninguna, se dibujaba a la altura del estómago. La que estaba a la altura del corazón poco tenía que envidiarla, en ella casi se podían ver los cinco dedos de Ray hundiéndose en su pecho. Le costaba respirar pero estaba vivo.
Todavía.
—No es tan horrible —dijo Isabella acariciando su cicatriz con la yema de los dedos. John no hizo nada por evitarlo, ya no había nada que esconder—. ¿Estás bien? —le preguntó clavando en él sus bonitos ojos grises. John sonrió y asintió con la cabeza, no podía decir nada. Se puso una nueva camisa y rebuscó en los bolsillos de su mochila—. La trajo el agente Jovovich —le explicó Isabella sin que él hubiera preguntado—. Ayer, cuando estabas inconsciente, reconoció su camisa y yo le dije que no tenías ropa porque habías perdido tu mochila. Volvió con ella, al parecer te la habías dejado en el aeródromo y uno de los policías la había recogido.
—Está bien —dijo—. Ha estado bien ir bien vestido por un tiempo, pero prefiero mi ropa, es más cómoda. —Y no le importaría a nadie que estuviera sucia con su sangre cuando se la quitaran.
—Te quedaba realmente bien —suspiró Isabella—. Pero estarías bueno aunque vistieras un saco de estraza. —John se rio con suavidad—. Uy, lo he dicho en voz alta, ¿verdad?
—Eres preciosa —dijo John.
—Eres un encanto —replicó Isabella con una mueca—, y no creas que no te agradezco el piropo pero tú y yo jugamos en ligas diferentes. Tú compites con modelos, actores y vampiros brillantes y yo... con la chica de al lado de la cafetería.
—¿Vampiros brillantes? —preguntó John sin saber a qué se refería.
—No me hagas caso.
—Eso es difícil. Hablas, y hablas, y hablas... —dijo moviendo la mano como si fuera la boca de una marioneta—. Aunque no quiera siempre pillo alguna de las muchas cosas que dices. Es muy complicado ignorarte.
Isabella se rio y le pegó un puñetazo cariñoso en el hombro.
—¿Has recogido todo? —le preguntó dando un último vistazo a la habitación. John asintió. Sabía que Beatrix estaba lavando ropa suya pero ya no la necesitaría. Podía quedársela y ajuntarla con todo el montón de ropa de segunda mano que guardaba.
—Tengo que hablar con David —suspiró.
—¿Quieres que te acompañe?
—Prefiero hacerlo solo, si no te importa —dijo. Lo que tenía que decirle no era fácil, pero era lo correcto. Pero Isabella podía tomárselo a mal y no quería que eso sucediera. Era lo mejor para todos.
Isabella asintió y se marchó, dejándole solo. Suspiró y tomó aire. Ojalá tuviera la sangre fría necesaria para mantener esa conversación sin que le temblara la voz. No iba a ser fácil. Respiró hondo y contó hasta diez antes de bajar las escaleras.
El agente Jovovich hablaba por teléfono, parecía que discutía con alguien.
—No, no puedo ir. Bishop, mañana. Mañana te lo explicaré todo, de verdad. Dame un día. Solo te estoy pidiendo que me des esta noche. No, no, no es tan sencillo. Son cosas de familia. Lo sé... Por favor. Te lo estoy pidiendo como amigo.
John vio que la conversación tenía pinta de ir para largo y pensó en marcharse, pero necesitaba hablar con él. Esperó con paciencia a que el agente Jovovich acabara su conversación.
—¿Problemas? —preguntó John cuando colgó.
—No, todavía no —dijo el federal, negando con la cabeza—, supongo que mañana los tendré porque tengo demasiadas preguntas y sus respuestas no les gustarán lo más mínimo. He visto que habéis recogido las cosas, creía que teníamos un trato.
—Y lo tenemos —asintió John—. Cuando volaba... —Era gracioso pensar en ello, lo había dicho con total naturalidad—. Me fijé que había un lago cerca. Viví durante años en Los Valles y no lo conocía, es un poco triste. Parecía muy bonito. Hay unos restaurantes en la playa y... quería llevar a Isabella a dar una vuelta. Una cita, supongo.
—¿Vuelve a ser tu novia? —se burló el agente.
—Por hoy —dijo John—. Puede que pase la noche allí. Mañana venga a buscarme. ¿Quiere? Vaya a detenerme por... por todo. Creo que será lo más fácil. Puede cargarme a mí todo lo del ladrón de ojos y las muertes de Jacobs y Monroe, no importa. Mañana no importará.
—¿Por qué no importará? —preguntó David frunciendo el ceño— ¿Piensas suicidarte?
—No, señor —dijo John con una sonrisa—. No pienso suicidarme. Tiene mi palabra.
—Entonces no puedo aceptar tu oferta —dijo David—. Sé que decir que ha sido un espectro no me ayudará mucho, pero es la verdad. Y no dejaré que un inocente cargue con la culpa de unos crímenes que no ha cometido.
—En realidad, fue por mi culpa —recordó John. Ese pensamiento le provocó un retortijón en el estómago. Todas esas muertes le seguían pensando. «Al menos, ahora podrán descansar», se consoló. Significase lo que significase eso. «Incluso el idiota de Beaver».
—Ser la obsesión de un maníaco homicida no te convierte en responsable de esas muertes —replicó David.
—De alguna sí —recordó agachando la cabeza. Tenía recuerdos confusos de lo que había sucedido, como siempre que se transformaba en pájaro, tenía la misma sensación que si hubiera vivido un sueño y las imágenes se esfumaban con la luz del día. No se sentía culpable, y eso le molestaba. De alguna forma, había llegado a aceptar que era lo que tenía que ser. Era responsabilidad, nada más. Ahora su madre podía descansar en paz, las barreras entre los mundos se recuperarían y todo seguiría como si él nunca hubiera existido. Excepto quizá para alguien que seguiría buscando—. ¿Qué harás tú? —preguntó con timidez.
—Nada hasta mañana —dijo—, era nuestro trato.
—Me refiero a... Marie.
David agachó la cabeza y forzó una sonrisa.
—Se la devolveré a su padre, para que la entierre —dijo—. Preferiría hacerlo yo pero no tengo ningún derecho. Y... supongo que ojearé los partes de los orfanatos de Los Valles buscando a algún niño que recogieran de la basura hace veinte años, más o menos.
—No debería hacer eso —murmuró John—. Ese chico... tendrá su vida y...
—Lo sé, lo sé —le interrumpió David—. Solo quiero saber que está bien. Eso es todo.
—¿Y si no lo está? —preguntó—. ¿Y si no está bien?
—Pues entonces...
—¿Hasta cuándo piensa seguir persiguiendo los fantasmas de su pasado? —le interrumpió John. No sabía cómo hacer que dejara de hacerlo, que dejara de buscarle. Una parte de él quería gritar que estaba allí, que no era necesario seguir buscando, pero otra, la que por fortuna mantenía el control, sabía que todo lo que pasara ese día desaparecería al siguiente. Y solo quedaría la historia de un chico maltratado que había muerto joven. Esa no era la historia que un padre querría para su hijo, pero esa era su historia—. Siga con su vida y pase página.
—No es tan sencillo.
—Pues esfuércese —dijo John encogiéndose de hombros. Le tendió la mano a modo de despedida, su padre se la estrechó con fuerza—. Estaré en el embarcadero. No, no meta a Isabella en esto, ¿quiere? Creo que ya tiene bastante. Mañana venga a buscarme y... entonces piense en mi oferta.
—Pareces un buen chico —dijo David—. Mañana estaré allí, y puede que necesite tu ayuda y que corrobores algunas coartadas un poco... inexactas. Pero no pienso dejar que cargues con todo.
—Como prefiera, pero espere a mañana. ¿Vale? Me... me alegro de haberle conocido.
—¿Seguro que no piensas hacer ninguna locura? —insistió David, con tono suspicaz.
—Le doy mi palabra —dijo John haciéndose una cruz en el pecho—. Soy un chico responsable.
—Entonces... hasta mañana, ¿no?
—Sí —John asintió y tragó saliva intentando deshacer el nudo de su garganta—. Hasta mañana.
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... O te sacarán los ojos
FantasíaHa pasado un año desde que sucedió todo. John ha rehecho su vida lejos de su pasado. Pero no todo es perfecto. Algo está pasando. El cansancio y los dolores de cabeza se suceden día sí y día también, y cada mañana aparecen cicatrices sobre su cuerpo...