David

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La mujer lloraba en la puerta, presa de un ataque de histeria. Un policía de uniforme le brindaba un vaso de agua mientras intentaba descifrar algo de información útil de todo aquello. David tomó aire antes de entrar en la habitación, aun sabiendo lo que iba a encontrar, todavía se estremecía al ver esos cuerpos sin ojos que, de alguna forma, le miraban fijamente.

—Samuel Perkins, conocido como Beaver —leyó Bishop—. Pero ya lo sabíamos, ¿no? No me puedo creer que hayamos estado tan cerca y no lo hubiéramos visto venir, ¡mierda! Esto ha sido un par de horas más tarde de que nos fuéramos. Tengo a alguien revisando las cintas de seguridad pero no hay nada. ¡Nada! ¿Cómo alguien entra en un hospital vigilado y sale sin que nadie vea o escuche algo? No me creo que este chico no haya gritado mientras le sacaban los ojos.

—Esta vez ha sido diferente —dijo David—. Más personal. Sabía exactamente a quién buscaba y dónde estaría. En la universidad mató a todo aquel que se le puso por delante hasta llegar a Isabella Smith, ahora... —Frunció el ceño al descubrir una cosa nueva. En la mano de Perkins, cerrada fuertemente por el rigor mortis. David se puso los guantes de látex antes de tocar el cadáver.

—¿Qué es eso? —preguntó Bishop.

—Una cuchara —contestó David—. Y al juzgar por la cantidad de tejido viscoso y sangre que la recubre, el arma homicida también.

—¿Por qué le puso la cuchara en la mano?

Jovovich frunció el ceño al reconocer las sospechas que desfilaban por su cabeza. Imágenes funestas de sacrificios macabros. Espectros que ensartaban ojos con una aguja para hacerse un collar... Cuerpos sin vida. Que te saquen los ojos era doloroso, era traumático, era una tortura, era una de las mayores putadas que podían hacer, pero no era mortal. A pesar de eso, no se habían hallado más signos de violencia en los cadáveres. Era como si al sacarles los globos oculares, se fuera la vida con ellos. Y ese nuevo cadáver... recordaba sus ojos, ojos azules, ojos claros para un collar de ojos negros.

—Creo que se los sacó él mismo —dijo en voz baja, inseguro de sus propias palabras—. La forma de coger la cuchara, los restos de sangre alrededor de la mano, todo apunta a que esgrimía el arma cuando sucedió.

—¿Quieres decir que esto no es obra de nuestro asesino? ¿Que no es más que un acto final de locura? —Alice no podía creerle. Bueno, que creyera al forense. Escapaba de las mentes racionales que alguien pudiera sacarse los ojos por propia voluntad.

—Yo no he dicho eso —se explicó—. Quizá ha cambiado el modus operandi. Le ha puesto una pistola y le ha amenazado. Puede que Beaver creyera que era mejor vivir sin ojos que morir y perderlos de todas formas. No lo sé. Pero si no tiene nada que ver: ¿dónde están los ojos? ¿Por qué está muerto? No, Bishop, estoy seguro. Esto ha sido obra suya. Y que haya ido directo a por este chico confirma que va detrás de John Doe.

—Pero eso no quiere decir que sea el fantasma de Ray O'Malley —recordó Bishop.

—Si me preguntas, creo que es Ray O'Malley, pero no creo que esté muerto. Deberíamos pedir una orden para exhumar el cuerpo. Tenemos declaraciones, un retrato robot... Quizá sea suficiente.

—Ayudaría algo de ADN o una huella dactilar pero no tenemos nada. Sabemos que estuvo en la cafetería Bittledrops pero revisamos cada esquina del local y nada —dijo Bishop, parecía muy contrariada—. Es frustrante. Sarah Webber le agarró del pelo debatiéndose por su vida, el tipo se tomó un café... Pero cuando llegamos allí no quedaba ni rastro. Eso es imposible.

—¿Prefieres la teoría del fantasma? —bromeó David.

—No, pero me gustaría algo sólido —dijo su compañera. Nunca la había visto tan obcecada con un caso—. Hasta ayer no teníamos nada. Ahora tenemos un retrato, un móvil y una posible identidad. Parecería mucho pero, en realidad, seguimos sin tener nada tangible: el chico sigue sin aparecer, el posible asesino sigue estando muerto y se nos siguen amontonando los cadáveres.

—Quizá estamos enfocando esto mal —dijo David pensando en voz alta—. Estamos centrando todos nuestros esfuerzos en parar al asesino, pero lo único que sabemos seguro es hacia dónde va. John Doe está vivo y está en algún sitio. Y sabemos que, vivo o muerto, sea Ray O'Malley o algún otro chiflado, va detrás de él.

—Expediré una orden de busca y captura a nombre de John Doe. Si el chico es tan memorable como dijo el señor Perkins, tendremos algo pronto —dijo Bishop mientras se ponía al teléfono.

—Puede que sí —admitió David—. Pero deja claro a los agentes que es por su propia seguridad, que sean discretos, no quiero que el chico se asuste y haga algo desesperado.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora