Isabella (1ºparte)

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Llegar al Santa Susanna les había llevado casi dos horas. En teoría, el pueblo estaba cerca de la autopista, a poco más de media hora de Downton. Pero desde allí, el camino había sido poco más que un paso para carros, sin asfaltar, que la lluvia había convertido en una trampa mortal para los pequeños coches de ciudad como el suyo.

John se había mostrado parco en palabras durante todo el camino. No era que le extrañara, no había resultado ser un chico especialmente hablador, pero durante todo el tiempo había tenido la sensación de que preferiría estar a mil millas de distancia. Y, una vez dentro, caminaba como si le hubieran colocado encima una losa de varias toneladas. Cada vez que había intentado sonsacarle por qué estaban allí, había recibido una respuesta esquiva y silencio. Y ella... bueno, cuando no eran sus hormonas o su curiosidad, era el instinto maternal que habría jurado no tener, que le hacía sujetarse los brazos para no abrazarle y decirle que tranquilo, que ella le cuidaría.

«¡Fantástico!», gruñó en silencio. «¿Se puede ser más típica? Pensaba que ya se me había pasado la época de suspirar por cada pequeño emo que me encontraba». Pero allí estaba, sentada en el vestíbulo de una vieja institución mental que parecía sacada de una película de Carpenter. ¿Cuánto llevaba allí? ¿Una hora? Puede que más. El tiempo pasaba despacio y deprisa al mismo tiempo, anclado en la monotonía y perdida en sus pensamientos, intentando poner en orden todo lo que había vivido los últimos días.

Había un cuervo Caronte, un psicopompo, siguiendo a John. Según John, era el que se había llevado el alma de su madre. «Y entonces viene la historia de la chica de la curva», suspiró  mentalmente. Por supuesto, no había contado toda la historia. «La llevé al hospital, desapareció, era el espectro de mi madre y se lo llevó M. Punto y final», había dicho eludiendo lo que era la parte principal de la historia.

—Solo necesita tiempo —pensó en voz alta o hablándole a la máquina de café—. Apenas hace dos días que nos conocemos. —Muy intensos, eso sí. Dos días en los que había habido coqueteo, sexo y bofetones entre otras cosas. «No era él», se repitió mentalmente. No, no había sido él pero claro, pensar que había sido una entidad sobrenatural la que se la había beneficiado, no era muy fácil de digerir.  Y, sin embargo, cada vez que estaba con John veía que era imposible que él fuera el mismo de aquella noche.

—¿Ese era el famoso chico? —preguntó la recepcionista a una mujer mayor, de piel oscura, vestida con bata de médico.

Isabella agudizo el oído y la atención mientras soplaba su bebida caliente y actuaba como si la conversación no fuera con ella. No había entrado nadie más desde que estaba allí, así que debía de referirse a John.

—Así es —asintió la doctora.

—¡Es muy joven! —exclamó la recepcionista—. Y se le ve tan... normal.

—Es más duro de lo que parece —dijo mientras escribía algo en su libreta—. ¿Has conseguido localizar a los padres del chico Collins?

—Nada, desde que se fueron a Europa. Por cierto, cuando estabas dentro llamaron los del servicio de comidas, que se retrasarán porque, debido a las lluvias, han tenido problemas en la carretera y...

—O sea, que no sabemos a qué hora podremos comer, ¿no es eso? ¡Panda de incompetentes! Parece que en su vida han visto la lluvia. Un poco de agua y se paraliza el estado.

Continuaron hablando del tiempo e Isabella volvió a centrarse en su café sin dejar de dar vueltas a lo que acababa de oír. «Se le ve tan normal», repitió mentalmente. «¿Por qué no iba a parecer normal? Quizá saben algo de M pero... Na, eso no es posible».

—¡Doctora Lebauf! —gritó un camillero desde el fondo del pasillo—. ¡Perkins se ha puesto violento!

—¿Qué? —exclamó saliendo detrás de él.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora