Henry

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Todo el mundo sueña que vuela; a mí me gusta ese sueño, lo tengo cada noche. Veo la ciudad desde los tejados, la luna sobre las nubes y las estrellas por encima de la luz asesina. En mis sueños vuelo pero tengo miedo, estoy corriendo, buscando algo… pero no sé qué busco. Y hay algo más: sé que no quiero encontrarlo.

El teléfono sonó en medio de la noche, rompiendo con su estridente timbre el refugio del sueño.

—Ya voy, ya voy —gruñó Henry como si alguien fuera a oírle.

Encendió la luz de la mesita de noche y se puso las gafas con calma. El teléfono no cesaba de sonar, le habría ido bien tener uno al lado de la cama, pero siempre se había negado a ello; nadie decente interrumpiría su sueño. Al parecer, algún indecente había decidido hacerlo.

Se puso las zapatillas y salió con calma de la habitación. Con suerte, saltaría el contestador antes… pero no fue así. El contestador no llegó a saltar y, por un momento, pensó que se habían dado por vencidos. Pero no fue así y el aparato inició de nuevo la serie de estruendosos timbres, intentando capturar su atención.

—Malditos pesados —farfulló—. ¿Qué puede ser tan importante? —Ahora lo sabría, descolgó el teléfono—. ¿Sí?

Dígale a John Doe que se le acaba el tiempo. El pacto de su madre se ha roto: eran tres y faltan dos.

—¿Perdón? No le entiendo, ¿quién es? —Henry estaba adormilado pero le pareció reconocer la voz del otro lado.

Dígale a John que se le acaba el tiempo —repitió la voz.

—¿John? ¿John, eres tú? —preguntó. El sonido intermitente de la línea ocupada le indicó que su interlocutor había colgado.

Henry se quedó un rato mirando el auricular como si se fuera a poner hablar en cualquier momento. Por un momento creyó que se lo había imaginado, que todo había sido fruto de un mal sueño. Pensó en volver a la cama y olvidarse de todo pero recordó el mensaje. «Dile a John que se le acaba el tiempo».

—¿El tiempo para qué? —se preguntó. Ni siquiera sabía cómo contactar con el muchacho. Una lucecita se encendió en su mente. Una cafetería, había dicho que trabajaba en una cafetería en el campus. No debería ser muy difícil encontrarle. Y a él le encantaba el café.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora