Isabella

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«Hasta ahora, nueve víctimas, todas personas jóvenes de entre los quince y los treinta años, han perdido la vida en manos del asesino en serie que tiene aterrorizadas las calles de la ciudad. El asesino ha sido bautizado como el Ladrón de Ojos Negros por su fijación con los ojos de sus víctimas, todas con ojos oscuros y todas sin ellos cuando aparecieron. Aunque las autoridades no lo confirman, se sospecha que los ojos les fueron arrancados cuando todavía permanecían con vida. Es más, David Jones, la tercera víctima, todavía presentaba signos de vida cuando encontraron el cuerpo aunque murió antes de poder recibir atención médica.

»Cambiando de tema: dos ladrones han aparecido atados y amordazados en la puerta de la comisaría. No se trata de un caso aislado…»

—¿Puedes quitar la radio, por favor? —preguntó Isabella intentando centrarse por enésima vez en el artículo que estaba escribiendo.

Yumi gruñó un poco pero bajó el volumen.

—Si tú no tuvieras los ojos claros también estarías asustada —dijo su compañera de despacho mostrando su disconformidad. Isabella chasqueó la lengua y agitó la cabeza intentando ignorarla otra vez. Pero sabía que no duraría mucho, Yumi tenía la palabra procrastinación tatuada en el alma. Con ella cerca era imposible llevar las cosas bien y siempre llegaban las carreras de última hora.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó exasperada cuando la muchacha de origen asiático cogió una silla y se apalancó, expectante, a su lado, observándola con sus grandes ojos oscuros fijos en ella.

—¿No tienes nada que contarme? —preguntó con una sonrisa.

—No sé de qué me hablas —dijo Isabella aunque tenía la sospecha de que sabía por dónde iban los tiros. Había compartido con ella sus inquietudes sobre el cuervo que seguía a John. Yumi se había reído de ella y le había dicho que era una forma original de ligar.

—De tú y cierto camarerito que está para comérselo. Y de cierta escenita en el café que, según me han contado, parecía una pelea de novios.

—No tienes ni puta idea de lo que estás hablando, Yumi. ¿No tienes que corregir unos exámenes? —preguntó con ganas de quitársela de encima—. Porque si no tienes trabajo yo te puedo dar parte del mío para que no te aburras.

—Ni que tú trabajaras tanto —bufó ella—. Llevas con el título tres horas: Psicopompos en la generación de Internet. Muy bonito, ¿vas a hablar del Cuervo? Me encantó la película.

—Cuervos, golondrinas, perros, ratas, lobos, jaguares, delfines… —enumeró de memoria sabiendo que se dejaba muchos—. No, sólo voy a hablar de lo que significan hoy en día, nada más. Y de El Cuervo —añadió poniendo los ojos en blanco.

—Supongo que entonces tu interés por el camarero es meramente científico.

—Déjalo estar, Yumi, no tengo ganas de hablar de eso.

—¿Por qué no?

—¿No tienes que recoger algo en… Siberia? —dijo con una enorme y forzada sonrisa que mostraba dos hileras de dientes blancos que se frotaban entre ellos rechinando.

—Vale, vale, vale —dijo Yumi arrugando la nariz—. Sé captar una indirecta.

Isabella no pudo evitar una sonrisa ante este último comentario. Intentó centrarse de nuevo en la hoja blanco que se mostraba ante ella. «Psicopompos, animales Caronte…» tragó saliva y miró por la ventana. Estaba segura, desde la discusión con John esa mañana, el cuervo la había seguido. Se había quedado allí, en la cornisa del edificio de enfrente, mirándola fijamente. Y estaba segura que era el mismo cuervo. «Hay cientos de cuervos en esta ciudad, puede que miles. No tiene por qué ser el mismo cuervo». Pero lo era.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora