John

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John dejó que el segundo cigarrillo se consumiera entre sus dedos sentado en el porche de la pequeña cabaña del motel. Isabella ya debía de haberse dormido. Sonrió con tristeza al recordar la conversación que habían mantenido un rato antes. «Eres un tonto», se recriminó por su falta de decisión, pero no, era una vocecilla estúpida. Él sabía que había hecho lo correcto.

—Quizá mañana —suspiró. Pero mañana le asaltarían de nuevo las dudas o las sombras de su pasado o, quizás, de su futuro. Pero mañana saldría el sol, estaría un día más cerca de su destino, quedaría un día menos en su semana de plazo, y tendría menos tiempo para arreglar el desastre de otros. Pero no podía hacer nada. Tiró el cigarrillo al suelo y pisó la colilla para apagarla. Ahora tocaba dormir y mañana sería otro día.

Un ruido entre los arbustos llamó su atención. M salió volando desde una rama vecina y se elevó desapareciendo en el cielo estrellado.

—¡M! —llamó John. ¿Dónde había ido? Era como si se hubiera asustado. Pero él seguía vivo así que muy lejos no podía estar.

—¿John? —preguntó una voz conocida. Una silueta pálida apareció arrastrándose entre los matorrales. Vestía un pijama de hospital e iba descalzo. Le costó un poco reconocer al personaje.

—¿Beaver? —John se sorprendió y retrocedió. ¿Qué hacía allí en medio de ninguna parte? ¿Cómo le había encontrado? Algo no estaba bien.

—¡Te he encontrado! Pío-pío. Él no creía que pudiera hacerlo, pero yo le dije que sí. Yo también tengo tu rastro tatuado en el alma. Pío-pío. Y ahora estamos juntos, y todo volverá a ser como antes. ¡Qué emoción!

—¿Qué demonios estás diciendo, Beaver? ¿Qué coño haces aquí?

—¡Buscarte, Johnny! Pío-pío. ¡Estoy tan emocionado! ¡Pío-pío! ¡Te estaba buscando! Él dijo que había algo que te mantenía escondido, ¡pero no te ha escondido de mí! —dijo dando saltitos de alegría y palmadas rápidas.

¡No! Tenía que salir de allí. Si lo que se imaginaba era cierto, solo era cuestión de tiempo que Ray apareciera. «¡Me prometió que le mantendría a raya!», masculló mentalmente. «¿Dónde está M?», pensó, por algún motivo confiaba que el pájaro tendría alguna posibilidad de ayudarle. De alguna forma, le había mantenido a salvo hasta ese momento. Pero había salido volando.

—¿Buscas algo, Johnny?

Se le heló el alma al reconocer esa voz. La voz que poblaba sus pesadillas y que tenían los monstruos de su subconsciente. Ray apareció de entre las sombras, como si siempre hubiera estado allí, observando, aguardando una señal para salir a la luz.

—He encontrado este pajarraco volando por allí —dijo, llevaba a M sujeto por las alas como si fuera un cristo crucificado. La pobre bestia se debatía por liberarse pero era inútil—. No será tuyo, ¿verdad?

—R-ray —acertó a balbucear.

—Hola, chico, te he echado de menos. Llevo mucho tiempo buscándote, ¿sabes? ¿Tú no me has echado de menos? —John cayó al suelo cuando sus piernas, temblando como cañas de bambú, se negaron a sostenerle. La cena subía a grandes saltos por su estómago haciendo piruetas vertiginosas—. Cada vez que sonrías, cada palabra que digas, estaré vigilándote —canturreó el espectro—. Oh, mi pobre corazón destrozado... —Ray rompió a reír en sonoras carcajadas—. ¡Mi corazón destrozado! —repitió. Beaver también empezó a reírse. John no podía hablar, no podía moverse. Su cuerpo le negaba a responderle y, aunque todo en él le gritaba que saliera corriendo, se había quedado helado. Ray agarró a M por el pescuezo y John se llevó las manos al cuello, intentando liberarse de una presa invisible que le estaba asfixiando. «¿Es por eso?», pensó «¿No puedo moverme porque M está atrapado?». Le habría gustado tener una excusa más que el terror irracional que se agarraba a sus entrañas. Con la mano que tenía libre, Ray le acarició la mejilla—. Mi chico de la alegría —musitó, casi con tristeza—. El de los increíbles ojos que desnudan tu alma. Llora para mí, Johnny, déjame ver como brillan tus ojos una vez más. Sé a dónde vas —susurró a su oído—, cuando llegues, te estaré esperando.

***

—¡John!

John se despertó de repente, empapado en sudor frío, con la respiración agitada y el aliento extraviado en algún rincón de la habitación, junto con sus calcetines. Isabella estaba sentada a su lado, y le observaba con sus grandes ojos azules abiertos como platos en una expresión de preocupación.

—Estoy bien —musitó, pero ni él mismo se lo creía. Se levantó y fue descalzo al baño para mojarse la cara. Todavía podía sentir en su mejilla el tacto pegajoso y frío de los dedos de Ray y sus palabras clavadas a fuego y hierro en su memoria. ¿Por qué no se desvanecía con la luz como hacían todas las pesadillas? Un ataque de vértigo le obligó a agarrarse con las dos manos al fregadero. El vértigo llamó al mareo, el mareo a las náuseas y las náuseas hicieron que John se lanzara a buscar la taza del váter depositando en ella ingentes cantidades de bilis amarilla mientras las arcadas amenazaban por partir su cuerpo en dos a la altura del diafragma.

—No me parece que estés bien —murmuró Isabella—. Creía que la resacosa sería yo —bromeó nerviosa, en un intento desesperado de romper la tensión.

—Una pesadilla —dijo John, lavándose de nuevo la cara—. Solo eso.

—Quizá deberías tomar algo químico para dormir, ya sabes —dijo ella intentando ayudar—. Algo para no soñar.

—Ya te lo dije, nada de drogas. Además, no me preocupan las pesadillas. Estoy acostumbrado.

—¡Ya se ve! —ironizó Isabella.

Era cierto, toda su vida había vivido con pesadillas pero ninguna era como la de esa noche. Sus pesadillas eran recuerdos que vivían dentro de él, escenas que se repetían en un bucle continuo, cosas que no sucedieron pero que podrían haber sido... Lo de esa noche había sido distinto. Lo de esa noche había sido real. Podía notarlo en el interior de sus huesos.

—¿Vamos a desayunar algo? Tengo el estómago vacío —comentó, forzando su sonrisa. No tenía sentido preocupar a Isabella. Pero mientras dejaba atrás la pequeña caseta del motel de carretera, la escena de lo acontecido anoche cobraba vida de nuevo y el aire llevaba mensajes siniestros.

«Cuando llegues, te estaré esperando».

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora