Isabella

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Se esfumó.

Sin más.

Un momento antes, tenía la cuchara contra la mejilla de M, dispuesto a sacarle el ojo sin más demora ni comentario hiriente. Ni siquiera había reclamado otra vez la presencia de John. Pero ahora no estaba. No estaba él, ni la cuchara... Uno a uno, como frutos demasiados maduros, se desparramaron por el suelo los ojos de su collar y empezaron a fundirse como si se pudrieran en un instante, corrompidos de humor vítreo.

Ray se había desvanecido.

—Lo ha hecho —exclamó M, riendo entre lágrimas—. Joder... parecía imposible. ¡Lo ha hecho! —M agitó los brazos y piernas en un gesto de euforia desatada—. ¡Ya está! ¿Se ha acabado todo! ¡Tres la mataron, tres han muerto! ¿Lo has visto, cabrona? ¡Te lo dije! ¡Te dije que lo arreglaría!

Como pudo, y con bastantes dificultades, Isabella se incorporó. Seguía atada de pies y manos y no parecía que eso se fuera a resolver en corto plazo.

—¿Qué ha pasado? —se atrevió a preguntar.

—Lo que tenía que pasar —dijo M radiante de felicidad, a pesar de estar ensartado como una brocheta en un palo—. Se ha acabado. John... John ha acabado con todo.

—¿John le ha matado? —preguntó Isabella. Esa noticia le producía sentimientos encontrados, por un lado se alegraba de que todo hubiera acabado pero una muerte nunca era motivo de alegría. Aunque fuera la de un asesino.

—Sí —dijo M asintiendo con la cabeza.

—Pero... ¿pero cómo? —preguntó Isabella. Si M estaba en el cuerpo de John, John estaba en el de M y... era un cuervo.

—Ya lo he dicho —dijo encogiéndose de hombros—. Ese chico tiene alma de pájaro. Oye. —M se miró el pecho, movió los pies en el aire y suspiró—. ¿Cómo lo hacemos para salir de aquí?

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora