John

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Al abrir los ojos, le costó reconocer las manchas oscuras del techo de la habitación. Pero el mapa de humedades le reconfortó como no lo haría ninguna foto familiar. Estaba en casa.

—¿Has conseguido hablar con él? —preguntó. No necesitaba verle para saber que Adams estaba allí.

—Así es.

—¿Has conseguido lo que querías? —dijo mientras se incorporaba.

—Algo así. Coge el abrigo —respondió Adams, tirándole la prenda—. Nos vamos a dar una vuelta.

—¿Una vuelta? —Se extrañó.

—Estaremos de vuelta antes de que anochezca. Con tiempo de sobras para que recojas tus cosas y salgas de la ciudad —le informó mientras le esperaba en el umbral de la puerta.

—¿Qué? ¿Salir de la ciudad? —John no sabía si debatirse entre la confusión, el pánico o la ira.

—Todo a su debido tiempo —le llegó la voz desde la calle.

John gruñó y buscó el otro zapato preguntándose por un momento por qué solo llevaba puesto uno. Echó un vistazo a su alrededor. Era una casa pequeña con una cocina/salón/dormitorio y un pequeño baño con un viejo plato de ducha en una esquina. No era más que un pequeño vertedero cuando había entrado en él. Un despacho medio abandonado con una ducha para que el jefe se adecentara antes de llegar a casa y un pequeño fregadero para lavar las tazas del café. La cafetera no era la misma, por supuesto, la había comprado con su primer sueldo junto con la pequeña resistencia que ejercía de improvisados hornillos. Cuando se instaló, el techo tenía goteras, las esquinas humedades y los ventanales una capa de polvo y cemento que los camuflaba con la pared. Pero, poco a poco, con paciencia y esfuerzo, John había conseguido cambiarle la cara y, por primera vez en su vida, tenía algo a lo que llamar hogar.

Un sofá-cama rescatado de un vertedero se había convertido en su primera cama propia. Había arreglado el somier con unas cuantas tablas viejas. Los cojines tuvieron otro aspecto tras pasar por la lavandería. No había armario, solo una vieja cajonera con motivos infantiles  y un perchero improvisado en la pared. Y unas cuantas fotos de carteles de películas recortadas de una revista y enganchadas en la pared con pedazos de celo.

No tenía muchas cosas que llevarse con él, pero cada una de las que tenía poseía una historia. No quería desprenderse de ellas, y su casa no cabía en una mochila. Cuando salió a la calle cerrando la puerta tras él, tenía una cosa muy clara en la cabeza: no quería abandonarlo y lucharía porque no fuera así.

***

La situación que le esperaba fuera hizo que se olvidara al instante de la profunda melancolía que se había instalado en su corazón. Isabella estaba dentro de su escarabajo verde gritando como una descosida. Adams abrió la puerta y un cuervo salió volando despavorido del interior del vehículo.

—¡Se ha cagado! —protestaba en pleno ataque de ira homicida persiguiendo al ave con el puño alzado—. ¡Vale que sea un pajarraco pero se ha cagado en mi coche!

—¿Por qué le has encerrado? —preguntó Adams. Por su tono, parecía encontrar la situación muy divertida. También John hizo esfuerzos para contener la risa.

—¡Porque me has dado un pájaro, me has dicho que no lo suelte, que espere fuera y, por si no te has dado cuenta, hasta hace dos minutos estaba lloviendo! —gruñó ella toda exaltada—. Y todo iba bien, el cuervo se ha portado como un pájaro bien enseñado... ¡Hasta ahora mismo! Es un pájaro, es un pájaro, es un pájaro... Tengo que repetírmelo cada vez porque no creo que pueda ver a John igual si sé que se ha cagado en mi coche. No, nada será igual.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora