Michael

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No tenía que haber sido así. ¡Mierda! Un chico muerto de dos disparos era mucho más difícil de explicar que un yonki reincidente que había muerto por sobredosis. Improvisaré, había dicho, y se lo había creído porque siempre se le había dado bien.

—¡Joder! —gritó llevándose las manos a la cabeza—. ¡Mierda!

—¿Sabe? —dijo John incorporándose. Michael dio un salto y apuntó de nuevo con la pistola, no era posible. EL chico estaba muerto. Pero allí estaba, se había sentado en el suelo y todavía tenía los agujeros humeantes en la camiseta—. Esto es molesto. Esto es... realmente frustrante. ¿Sabe lo que es la frustración?

—¡N-no puede ser! —balbuceó Michael.

—Sí, ya, esto es imposible. Estás muerto, yo te maté. Etcétera, etcétera, etcétera. Muy poco original —dijo el chico con un tono de voz más agudo. Su forma de moverse también era diferente, y sus ojos... ¡Dios! Sus ojos eran completamente negros. Habían sido negros antes, sí, tan negros que no se distinguía la pupila, pero ahora eran tan negros que no había blanco en ellos, nada. Solo dos bolas de carbón—. Te estaba diciendo, antes de que me interrumpieras, bla, bla, bla, bla, que tienes suerte: no puedo tocarte. Bueno, sí, puedo tocarte, triturarte los huesos y hacerte aullar, pero no puedo matarte. ¿Te sientes afortunado? Soy un emisario así que no puedo tomarme la justicia por mi cuenta. Tiene que matarte John o... cualquier otro que quiera hacer justicia. No serviría que te murieras en un accidente de tráfico, por ejemplo. O que te suicidaras, a no ser que lo hicieras porque crees que lo mereces que, entre tú y yo, lo mereces. Eres un cabrón hijo de puta. Y no solo por haber matado a John, pero bueno, solo tienes que ponerte a la cola de los que le han jodido, no tienes la exclusividad en ello, precisamente. Es como si llevara un cartel que pone «patéame el culo». Pobre.

No podía ser cierto, no podía serlo. Esa... cosa, ese... ser no podía ser humano. ¿Qué mierda era ese crío? Michael gritó y vació su cargador en el cuerpo del chico. El muchacho, intentó cubrirse con los brazos pero no sirvió de nada, calló al suelo pero aun así, Michael continuó disparando. Continuó haciéndolo hasta que el cargador se vació y, a pesar de eso, siguió apretando el gatillo.

¡Mierda! Un disparo accidental podría explicarse pero el cuerpo del chaval debía tener como mínimo una veintena de balas. ¿Cómo iba a explicar eso? ¿Qué podía decir?

—Ha sido una reacción histérica —dijo el John de la voz aguda, poniéndose de pie de nuevo. Click, click, click, era el metálico repicar de las balas que iban cayendo al suelo una a una, parecía cascabeles.

Michael cayó al suelo, aterrado.

—¡No te acerques! —gritó—. ¡Lo siento! ¡No quería matarte! ¡Por favor!

—Ya, ya, fue todo sin querer. Oye, ayúdame, necesito un arma. ¿Hay alguna en el coche? —se metió dentro del vehículo y revisó la guantera. Salió con la jeringuilla en la mano—. Uf, esto es feo. ¿Sabe? Es mucho más difícil eliminar algo que está en la sangre que las balas. Es una suerte que no haya llegado a pincharle. Las drogas son malas —dijo marcando cada palabra—. ¿Tiene tabaco? John lleva todo el día sin fumar y sus pulmones gritan alquitrán con todas sus fuerzas.

Michael rebuscó en su bolsillo y sacó su cajetilla, se la arrojó a los pies. John se agachó para recogerla. Sacó un cigarrillo y se lo puso en la boca, hizo el gesto como de que necesitaba un mechero, Michael sacó el suyo y le encendió el cigarro.

—¡Gracias! —dijo tras dar una gran calada y escupir una nube de humo—. ¿Me da la pistola también? Sé que no tiene balas pero supongo que es más fácil conseguir balas que una pistola. Lo digo porque una bala es un segundo. Un disparo, ¡piung! Y ya está. John no es capaz de mantener su rabia tanto tiempo como para matar a alguien a golpes. Lo intentó. Pero es un jodido desastre.

Michael le tiró también la pistola vacía. Seguía teniendo una cargada en el tobillo pero ese monstruo había demostrado ser inmortal. ¿Qué iba a hacer con su pistolita de juguete? John, o lo que fuera ese ser, cogió la pistola y se apuntó con ella a la sien.

—¡Piung! —dijo y giró la cabeza y sacó la lengua como si se hubiera disparado. Se rio, como si encontrara divertida la situación. Luego, le apuntó a él—. Tengo que buscar una frase ingeniosa —dijo, y empezó a caminar en círculos—. ¿Cómo era? Dime, chico —dijo apuntándole, con una gran sonrisa—, ¿has bailado con el diablo a la luz de la luna? No es original, ¿verdad? Tengo que buscar una mía. —De nuevo comenzó a caminar en círculos. Esa cosa no era el mismo chico que antes estaba en el coche. ¿Cuándo había sucedido? ¿Al dispararle? ¿Eso estaba dentro de él? Era extraño, como si llevara encima algún tipo de estimulante, una sobredosis de cafeína. De repente, John se quedó completamente quieto y miró a algún lugar en el horizonte—. ¡Mierda! —masculló, y sin decir nada más, tiró el cigarrillo al suelo y se metió en el coche y lo arrancó. Y, tras dejar medio neumático en la grava, salió disparado en dirección a ninguna parte.

Michael estaba solo.

Poco a poco, el aire volvía a sus pulmones. Estaba a oscuras, lejos del pueblo, si se ponía a caminar, tardaría menos de una hora en llegar. ¿Qué había sucedido? ¿Qué coño había sucedido? Se levantó a duras penas. Estaba ileso pero se sentía como si le hubieran dado una paliza. En el suelo, una colilla humeaba.

Miró a su espalda las luces mortecinas de Maker Town, y empezó a caminar hacia allí.

—Sabe a cenizas —dijo una voz detrás suyo—, pero claro, es a lo que tiene que saber el tabaco.

Michael se giró para ver como Raynolds O’Malley se levantaba del suelo y se llevaba el cigarro a la boca. Esta vez, no pudo evitarlo, el terror se agarró a sus entrañas y tiró de ellas llenándole de un frío interior. Apenas fue consciente cuando el calor se escurrió pierna abajo.

—¿Ray? —preguntó.

—Hola, Mickey —dijo, con una enorme sonrisa de oreja a oreja—. Hacía tiempo que no nos veíamos.

—Es-estás muerto.

—Sí, así es. Pero no es tan malo como lo pintan, de verdad. Este cigarro huele a él —añadió—. Huele a mi chico de la alegría. ¿Dónde está? —preguntó.

—Te refieres a John Doe, ¿verdad? Ese chico... ese chico lo sabe todo, Ray, sabe lo que hicimos. Dice que quiere matarnos, a mí y a Gary y así tú desaparecerás. ¿Cómo puede ser que lo sepa, Ray? ¿Cómo puede saberlo? ¿Es verdad lo que dice?

—Sigues haciendo demasiadas preguntas —gruñó Ray—. Es como cuando éramos jóvenes. ¿Seguro que no nos descubrirán? ¿Puedo hacerlo yo ahora? ¿Es mi turno, Ray? ¿Me toca ya? ¿Seguro que está muerta? ¿Seguro que no nos descubrirán? Siempre que te recuerdo estás preguntando. El chico lo sabe todo porque él se lo dijo. El maldito pajarraco que se llevó a Marie y la trajo de vuelta. Sigue con mi Johnny y por eso no puedo encontrarlo. Pero hoy... ha habido un momento en el que pude ver su alma brillando más que nunca. Y luego, otra vez la maldita pantalla. Es como si algo la tapara.

—John estaba raro —dijo—. Le disparé y...

—¿Le disparaste? —gruñó Ray y por un momento pareció furioso, Michael cayó al suelo de nuevo—. ¿Mataste a mi Johnny?

—Sí... ¡No! Vale, sí, lo intenté pero... ¡se levantó de nuevo! Es como si no pudiera morir.

—Uhm, interesante. Así que Johnny no puede morir. Pero... ¿podrá ver sin ojos?

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora