David

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No le sorprendió encontrarse a Isabella Smith en casa de su tía. Había visto el Beattle verde manzana aparcado en la entrada y, aunque no hubiera estado, algo le decía que esa joven iba a seguir cruzándose en su vida. Y no era un buen momento. La conversación con John Doe le había trastornado más de lo que quería admitir. Aquel chico le provocaba una extraña sensación mezcla de pena, decepción y un poco, solo un poco, de admiración. Después de todo, había salido del infierno por su propio pie y había reconstruido su vida. Eso tenía algo de mérito. Pero en ese momento estaba furioso, y seguramente parte de la culpa no era del chico, pero estaba mal. Estaba en una mierda de caso que no se sujetaba por ninguna parte y a la que salía algo sólido, empezaban a aparecer fantasmas, muertos y revelaciones místicas. Un caso que, de una forma que no llegaba a entender y por movimientos de un destino retorcido, había acabado afectando a su propia vida y resucitando sus viejos fantasmas personales.

«Angel...»

Angel estaba muerta. Lo había sabido siempre. Pero la forma en la que apareció su cadáver, el informe del forense y, cómo no, las extrañas revelaciones de John Doe, habían agitado su alma más allá de lo imaginable. No podía pararse, no podía pensar, porque si paraba y pensaba se daría cuenta de todo lo que había pasado y se hundiría y no podía permitirse hundirse. Así que no se pararía, seguiría caminando. Un paso más y después otro.

Pero ahora tendría que dar a su tía la mala noticia. O buena, según se mirara, porque la búsqueda había llegado a su fin. Omitiría todos los detalles escabrosos que pudiera, pero iba a ser difícil con esa mujer por allí en medio.

—Tía Beatrix —dijo—, es mejor que te sientes. No pensaba en esto cuando dije que venía a verte, pero la tarde se me ha complicado un poco. —Su tía estaba como siempre, parecía que los años la esquivaban. Se sentó al lado de Isabella y se llevó una mano a la mejilla para limpiarse los restos de máscara de pestañas que se había corrido por... ¿lágrimas? ¿Había estado llorando?—. Esta mañana encontraron el cadáver de Angel.

—Dios —exclamó Isabella llevándose una mano a la boca.

—¿Qué...? —preguntó la pobre mujer sin comprender lo que había dicho—. ¿El cadáver de... Marie?

—Así es. Estaba enterrado en el desierto, no muy lejos del aeródromo viejo. —Omitió los detalles de cómo lo habían encontrado pero miró de reojo a Isabella, más tarde tendría una charla con ella.

—¿Qué sucedió, David? ¿Por qué estaba allí? ¿Qué le hicieron a la pobre niña? —David agitó la cabeza y Beatrix estalló en sonoros lamentos. Isabella la intentó reconfortar y su tía se puso a llorar sobre su hombro. También la joven lloraba. «Un paso, después otro. Sigue caminando. No te detengas»—. ¿Solo estaba ella? —preguntó su tía alzando la cabeza.

—Beatrix —murmuró Isabella—, no lo haga.

—Sí, solo estaba su cuerpo.

—¿No había un... un niño? —preguntó entre lágrimas—. ¡Pobre ángel!

—¿De qué niño hablas? —David se sintió como si le hubieran golpeado. No quería imaginarse lo que su tía había intentado decirle. ¿Un niño? No había ningún niño. Si hubiera un niño él lo sabría, ¿no? Pero de repente todo cobraba sentido. La urgencia de Angel por abandonar su casa, la sorpresa que tenía que darle... —¿Por qué...? —«Sigue caminando, no pares ahora».

Isabella le tendió un álbum de fotos que tenía en el regazo mientras su tía hipaba desconsolada, con las mejillas cubiertas de lágrimas negras. David cogió el álbum y lo abrió, reconoció el rostro sonriente de la primera página, pero se quedó sin aliento cuando al girar la hoja se encontró a un bebé durmiendo plácidamente en los brazos de... ¿su madre?

—Joder —murmuró cuando al fin encontró palabras—. ¿Quién es?

—¡Lo siento, cariño! —exclamó su tía completamente fuera de sí—. Ella me hizo prometérselo y luego... ¡Sufrías tanto! ¡No podía decírtelo!

—No podías... —David no continuó. Apretó las mandíbulas y los puños. En algún momento había desaparecido el aire de la habitación—. Mi dormitorio es el de siempre, ¿no? —Beatrix asintió—. Necesito descansar antes de afrontar esto.

—Agente Jovovich —le detuvo Isabella Smith cuando subía las escaleras.

—No es un buen momento —gruñó él.

—Lo sé, créame pero... ha dicho que ha hablado con John . —Ah, sí, cierto. La vida seguía más allá y seguía teniendo un trabajo, un caso, y alguien que arrancaba los ojos de la gente.

—Pasará la noche en la comisaría, por su propia seguridad —dijo, y siguió subiendo las escaleras, pero no había dado más de un par de pasos cuando Isabella le detuvo de nuevo.

—¿Habló con él sobre Marie? —preguntó.

—Sí, hablé con él sobre Marie, después de todo, fue quién encontró el cadáver. Dijo muchas cosas raras.

—¿No mencionó al niño?

—No, no lo hizo. ¿Por qué? ¿Él también lo sabía? ¿Soy el único que se acaba de enterar que soy padre y que he perdido a mi hijo en el mismo instante? —David intentó calmarse pero era difícil—. Habló de Ray O’Malley, habló de tres asesinos, pero no dijo nada de un bebé, nunca.

—L-lo siento —murmuró Isabella.

—¿Qué es lo que sientes?

—Todo. La muerte de Marie, sus pérdidas... Lo siento mucho.

—Bien, gracias, supongo —dijo, retomando su camino—. Mire, ahora estoy cansado y me crea o no este ha sido un día realmente duro. Mañana por la mañana, si quiere, la llevaré con John. Ahora solo quiero descansar.

«Un paso, y después otro. No te pares a descansar o no podrás seguir caminando». David lo sabía, sabía lo que sucedería cuando se parara. A pesar de eso, cerró la puerta de su habitación y se dejó caer de cuclillas. Estaba cansado. Necesitaba descansar.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora