El Condenado

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Había llegado tarde. El rastro del espectro todavía flotaba en el ambiente como una traza eléctrica que se desvanecía poco a poco. En el suelo, un cadáver sin ojos.

Adams frunció el ceño y abandonó la escena antes de llamar la atención de alguien más. La maldición tenía sus ventajas; nadie deparaba en él a pesar de su extraño aspecto y, si lo hacían, su primera reacción era correr en la dirección opuesta porque inspiraba un miedo irracional que se gestaba en las entrañas y no atendía a razones. De todas formas, eso no implicaba que pudiera traspasar las barreras de seguridad de un hospital psiquiátrico y suponer que nadie se iba a dar cuenta. Lo mejor era salir de allí antes de buscarse problemas.

Estaba tan preocupado en no hacer saltar ninguna alarma, que no fue capaz de percibir el aura de oscuridad que empezó a formarse en el pasillo hasta que esta le rodeó por completo.

—Ray —masculló—. No te esfuerces, no puedes tocarme.

—No quiero tocarte, Condenado —dijo una voz gutural que provenía de todas partes y de ninguna a la vez. Adams no se dejó impresionar, conocía a la perfección los trucos de esos seres—, pero tengo curiosidad. ¿Por qué sigues aquí? ¿Desde cuándo te inmiscuyes en los asuntos de los vivos o de los muertos? Esta no es tu guerra.

—Cierto —admitió—, pero me pidieron un favor y esto me mantiene ocupado. No tengo nada mejor que hacer. Y esto es... emocionante. Además, le prometí a John que me ocuparía de ti.

Una risa macabra resonó por todas partes. Ese fantasma había visto demasiadas películas.

—También te ha marcado, ¿verdad? Te lo cruzas por la calle, y ya te acuerdas de él. Es lo que tiene, deja huella. Oye —exclamó—. Tú, que sabes mucho de todo, ¿por qué es así? ¿Qué tiene que lo hace diferente?

—No lo sé —admitió Adams. «Su alma brilla como ninguna», había dicho M. Y él había vislumbrado una parte de ese brillo en el rato que habían estado juntos. Tampoco había sabido explicarlo, pero le había llevado a formular la promesa de que mantendría a Ray a raya mientras él cumplía con su cometido. Esa noche había fallado, no se volvería a repetir. 

—Sé a dónde se dirige el chico, Condenado —dijo el espectro—, ¿podrás correr más que yo?

Y, mientras la oscuridad se desvanecía y la luz de la luna recuperaba su terreno, Adams se sintió extraño. Por primera vez desde que empezara su condena, sintió preocupación y miedo.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora