John

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Habría dado cualquier cosa por una ducha, de agua caliente a poder ser, pero si no, con un poco de agua fría, incluso un cubo de agua sucia. Y cambiarse de ropa, sí, eso habría sido cojonudo. Y también habría dado cualquier cosa por estar en su pequeño cuchitril en Downton y no en una celda. No le gustaban las celdas. Seguro que quien las diseñó no pensaba en la comodidad de sus inquilinos. Al menos, no podía quejarse, le habían dado una enterita para él.

No le gustaba la policía. No le gustaba nada la policía. Ni siquiera le gustaban los tipos de la seguridad del campus y eso que ellos no tenían nada de policías. Nunca había hecho nada malo. Bueno, eso no era del todo correcto, pero hasta esa mañana, nunca había hecho daño a otro ser humano. Un estúpido, un blandengue, un idealista, o un gilipollas moribundo que no sabe si se tiene en más alta estima a él o al mundo, ese era John.

«Un boyscout gótico», se burló en silencio, pensando que Isabella no habría dudado en decirle algo parecido. «Isabella...», su nombre se escurrió entre sus pensamientos arrastrado por otros recuerdos, como el de su rostro cuando vio lo que era en realidad. «Un zombi», pensó con sorna.

El tipo ese del FBI había insistido en que le viera un médico pero un rato a la sombra, en el sentido literal, y un poco de agua del grifo, había hecho que recuperara la consciencia y no quería añadir nuevas incógnitas sobre sus cicatrices al carretón de preguntas que no quería contestar pero que sin duda alguien le iba a plantear, más pronto que tarde.

¿Y qué iba a contestar? Eso sí que era una buena pregunta. Necesitaba salir de allí, apenas le quedaba tiempo para cumplir su cometido. Pero si algo le había enseñado el incidente de esa mañana era que no iba a ser tan fácil. No era cuestión de localizar a la persona y estar en el lugar y el momento adecuado. Ni siquiera era una cuestión de motivación. Era que no podía hacerlo.

Y de ahí volvía a su rueca personal de insultos sobre su falta de sangre en las venas, y al recuerdo de Isabella riéndose de él, provocándole una sonrisa. Era un pez que se mordía la cola.

Uno de los ayudantes del Sheriff vino a buscarle y le puso las esposas mientras el otro vigilaba la puerta. Debía de ser un delincuente peligroso. Se le acababa el tiempo y ni siquiera había pensado ninguna de las respuestas. ¿Cómo podía explicar que encontrara el cadáver?

«Sí, mire, mi cuervo de la guarda, el cual se adueña de mi cuerpo cuando estoy dormido, se ha metido en mi cabeza y me ha mostrado lo que le pasó a una mujer, que resulta que es mi madre. O eso suponemos porque nadie me ha hecho nunca una prueba de paternidad. Y además, ha decidido mostrarme su cuerpo, para que me quede aún más claro, como si fuera posible, que debo encontrar y castigar a sus asesinos, haciendo de juez y verdugo».

Tenía hambre y se moría por un cigarro. Nicotina, nicotina...

Un tipo de unos cincuenta años, entrado en carnes y con el pelo blanco, entró resoplando y tomó asiento justo delante de él. John le miró de reojo pero mantuvo la cabeza gacha, no quería dar la impresión de que le desafiaba. No, él era una mosca. El detective soltó un montón de fotos encima de la mesa, en todas, se veía un cadáver en el que se podía apreciar poco más que el cabello oscuro y los restos del uniforme del Happy Dog. En otra foto, había una primera perspectiva de la placa con su nombre gravado: Marie. John cogió una de las fotos, la que debía ser un primer plano de su cara pero apenas era un cráneo amarillento sin una pizca de humanidad. Y, sin embargo, tuvo que hacer acopio de su fuerza de voluntad para detener el llanto.

—Marie Sawyer —dijo con voz átona.

En ese momento, entró el que debía ser su compañero y que presentaba una imagen casi opuesta a la suya. Era joven y atlético, casi demasiado, había visto cuerpos como los de ese detective en el campus, más entretenidos en marcar músculo que en que estos funcionaran. «Deportistas de escaparate», les llamaba Isabella.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora