John (segunda parte)

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Un restaurante bonito, una cena agradable en una terraza sobre el lago. Las luces de la cercana urbanización se reflejaban sobre la superficie y parecían estrellas danzarinas. Isabella reía, estaba muy bonita con ese vestido. Se había recogido el pelo y quitado las plumas, parecía una elegante señorita de buena casa, muy a juego con el ambiente del lugar.

—Este sitio es carísimo —dijo Isabella mirando la carta—. No creo que...

—No es mucho —dijo John sacando un fajo de billetes—. Pero es lo suficiente para pagar un alquiler, las facturas y algo de comida... O esta cena. Es una forma de darte las gracias y pedirte disculpas por involucrarte en todo esto.

—Y pedirme perdón, ¿no? —dijo, y en su voz se detectaba la amargura—. Por rendirte de esta forma.

—He intentado explicártelo —dijo John exhalando un suspiro—. No se trata de rendirse o no rendirse, es algo que sucederá con independencia de lo que yo haga y...

—M no quiere que mueras —aseguró Isabella—, lo sé, lo he visto. Si escaparas, si te marcharas lejos de Adams, él iría contigo y seguirías vivo. Solo tienes que intentarlo, no tienes nada que perder.

—Que yo siga con vida es lo que debilitó la barrera y permitió que Ray regresara. No, Isabella, ya te lo he dicho: no puedo huir. Es una cuestión de responsabilidad. ¿Podrías hacerme un favor? ¿Podrías actuar como si esta no fuera mi última noche y no fuera más que una cita normal?

—Es que... —Isabella contuvo el llanto. John frunció el ceño pero no dijo nada, él mismo estaba sorprendido por su sangre fría, era como si estuviera insensibilizado con todo lo que tenía que pasar—. Vale —exclamó Isabella con una sonrisa, aunque las lágrimas todavía brillaban en sus ojos—. Pero esta vez no quiero excusas: quiero sexo contigo John Doe.

John se rio y asintió con la cabeza.

—Creo que eso puede arreglarse.

Tras la cena dieron un paseo por la playa. Isabella se descalzó y mojó los pies en el agua, animándole a que hiciera lo mismo. Por un momento, creyó que la joven se tiraría al lago y esa idea rondó por su cabeza mucho tiempo, pero por fortuna desistió entre risas y decidió sentarse a su lado.

Ninguno de los dos había bebido nada. Quizá fuera una tontería, pero John había querido llegar limpio hasta el final. Aunque había parado para comprar tabaco.

—¿No crees que es un buen momento para dejarlo? —dijo Isabella con una mueca.

—¿Ahora que sé seguro que no moriré de cáncer? ¡Ni hablar! —se burló John.

—¡Idiota! —gruñó Isabella arrugando la nariz—. Bésame antes de meterte eso en la boca. Imbécil.

John se rio pero la obedeció.

No fueron a un hotel. Todavía quedaba algo de dinero pero prefirieron coger las mantas del coche y pasar la noche al raso. El aire era frío y cargado de humedad, en el horizonte, los rayos iluminaban el cielo como si de una fiesta loca se tratara. Pero sobre ellos, el cielo estaba completamente despejado y la luna llena llenaba todo de un resplandor azulado.

—Nos pillará la lluvia —comentó Isabella mientras se acurrucaba debajo de la manta, bajo su brazo—. ¿Seguro que no...?

John negó con la cabeza y sujetó su rostro entre las manos, estudiando cada detalle de su perfil como si tuviera que aprendérsela de memoria, para no olvidarla jamás. Puede que ella dijera que no era bonita, pero para él era la única que había y no había nadie mejor para pasar sus últimos momentos. Agradeció tenerla a ella porque, aunque había asimilado lo que tenía que pasar, cuando pensaba en ello sentía como si se abriera la tierra a los pies y el estómago se comprimiera contra su diafragma. Isabella era su manta caliente, su bálsamo para las heridas. ¿Sería consciente alguna vez de lo mucho que había significado para él?

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora