John

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Contó los dólares de su cartera mientras Isabella se levantaba para pedir el desayuno. No era mucho. Estaban a finales de mes y todo parecía indicar que nunca le llegaría la paga. Tragó saliva y contuvo la respiración.

«Uno, dos, tres...», contó, intentando mantener la calma, empujar de nuevo hacia el estómago los sentimientos que trepaban por su pecho y se agarraban a su esófago. Tragó saliva y con ella arrastró parte de esas emociones. No sabía cuánto podría aguantar sin que afloraran las lágrimas. No quería morir. «Míralo por el lado positivo, John, solo tienes que aguantar seis días».

Volvió a centrarse en el dinero y sacó lo necesario para pagar su desayuno. «Al menos, tampoco tengo que ahorrar», se consoló.

—Guarda eso —dijo Isabella dejando la bandeja delante de él—, ya te he dicho que me cubren las dietas. Luego presentaré las facturas y...

—¿Cómo vas a colar esto como un viaje de estudios? —preguntó John.

—Me dan treinta dólares al día para dietas, tu desayuno me ha costado cuatro y el alojamiento y kilometraje van a parte. Está todo controlado, no te preocupes —dijo mientras atacaba sin piedad su hamburguesa de tofu.

—No dudo que te den dinero por esto, Isabella, solo me pregunto cómo lo justificarás como parte de tu tesis —intentó explicar.

—¿Recuerdas lo que te dije cuándo nos conocimos? —preguntó tras una pausa para masticar la comida y tragarla—. Aquello de que la muerte te perseguía... —John forzó una sonrisa y de nuevo comenzó a contar para sí. «Uno, dos, tres...», concentrarse en la respiración—. No te acuerdas, ¿verdad? —preguntó Isabella malinterpretando su silencio—. Bueno, te dije que estaba haciendo la tesis sobre animales Caronte. Así los llamo para que la gente me entienda, si digo psicopompos me miran con cara de chino.

—No puedes escribir sobre esto —dijo John—, creerán que estás loca.

—Yo hago la investigación, luego ya veré qué hago con los resultados —replicó—. A lo mejor escribo una novela. Por cierto —dijo y se giró para coger su mochila y sacar su portátil de ella—, mejor que aprovechemos el WiFi gratis del local y hagamos un poco de investigación, ¿no te parece?

John asintió, tenía la boca llena y no podía añadir nada pero tenía razón, no tenía tiempo que perder.

«¿Y cuando los encuentres?». Apartó ese pensamiento de su mente, primero tenía que encontrarles y luego... «Me preocuparé cuando llegue el momento».

—Según San Google, de aquí a Los Valles hay un día y medio en coche. Contando que comemos, dormimos y... hacemos paradas técnicas, serán dos días y medio. Dos noches en la carretera —añadió como para sí misma.

A John no se le escapó la invitación implícita en sus palabras, y no pudo evitar sonreír por ello. ¿Por qué no? También él tenía ganas. Pero recordó el sobre cerrado guardado en su pequeño petate. ¿De qué tenía miedo? Ninguna enfermedad le iba a matar, y debería saberlo, aunque solo fuera para advertir a Isabella.

—También podemos buscar en la web de personas desaparecidas —dijo—. A lo mejor alguien presentó una denuncia y...

—Ya te dije que eso no era necesario —recordó. Siempre había estado solo. No quería saber que tenía una familia cuando nunca podría conocerla. Dolía demasiado. Era como estar hambriento y ver a la gente dándose un festín, y que entonces te digan que puedes entrar, que puedes comer, pero caes antes de llegar y te mueres rodeado de comida. No, demasiado cruel. No quería saber nada de su familia, solo serviría para regodearse en el dolor y la idea no le atraía mucho.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora