John

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Los rayos del sol se filtraban tímidamente entre las cortinas. Con el triste despertar de los días anteriores, ese era, con diferencia, la mejor mañana en lo que llevaba de semana. Estaba en su cama, había dormido sin pesadillas, y todavía tenía el recuerdo efímero de la sensación del viento en las alas. Recordaba haber visto agua, no muy lejos de allí, un lago gigantesco. Tenía pinta de ser un sitio bonito. Quizá podía llevar allí a Isabella, cuando todo acabara y antes de que todo acabara. Esperaba tener eso, un tiempo para... despedirse.

«Hoy es el día», pensó. «Hoy es el día en el que acabará todo».

Se levantó y buscó algo de ropa. Se sorprendió al encontrar su mochila a los pies de la cama. No recordaba la última vez que la había visto. Creía que había sido en el hangar, justo antes de empezar con las visiones y la locura de los últimos días. Decidió preguntar por ello más tarde, sacó ropa de dentro y se metió en el baño, dispuesto a darse una ducha rápida antes de comenzar de nuevo su misión.

«¿Dónde estará Isabella?», se preguntó mientras el agua caía por su espalda. Seguramente, en otra de las habitaciones. No había sido consciente de haberse quedado dormido, pero M tendría algo que ver al respecto. Ya no le preocupaban las lagunas en blanco que tenía, ya sabía qué las llenaba. Las cicatrices se habían cerrado; la del hombro y todas las otras marcas de bala. M le había curado por completo.

Y Ray no había aparecido.

—Buenos días —dijo bajando al trote por las escaleras. Hacía tiempo que no se encontraba tan bien.

Se encontró con la mesa del comedor comunal preparada con el desayuno. Pastas, pan, una jarra con zumo, cereales... Un enorme felino de color blanco y pelo largo casi le tira al suelo al frotarse contra sus piernas buscando una caricia mientras ronroneaba como una locomotora. John sonrió, y se agachó para acariciarle bajo el cuello.

—¡Buenos días! —exclamó Beatrix con una sonrisa radiante—. Me alegra verte con tan buen aspecto. ¿Cómo está tu brazo?

—Mucho mejor —dijo John con una sonrisa sin dar más explicaciones—. Ya... casi no me duele.

—Luego le echaré un vistazo para asegurarnos que está bien —dijo—. Te haré unos huevos revueltos —se ofreció—, estás muy delgado. ¿Y a ti qué te ha dado ahora? —preguntó al gato, que emitió un maullido de protesta cuando Beatrix lo cogió en brazos—. ¿Ahora te has vuelto mimoso?

—Gracias —dijo John, pero no supo si la mujer le había oído antes de desaparecer por la puerta de la cocina, cargando al enorme felino.

—Buenos días —dijo el agente Jovovich tomando asiento en la mesa. John palideció al verle aparecer con su camisa y su corbata y servirse un vaso de zumo como si no hubiera pasado nada—. ¿No piensas sentarte?

—Sí, claro —dijo sentándose delante de él—. No esperaba... encontrarle aquí, agente.

—Es la casa de mi tía —recordó. John asintió, algo le parecía haber oído pero no había acabado de enlazarlo todo; tenía demasiadas cosas en la cabeza—. ¿Has dormido bien? Tienes mejor cara.

—Supongo que porque esta vez no estoy a punto de desmayarme —dijo, quitándole importancia.

—¿Qué tal tu hombro?

—Bien, mucho mejor, casi no me duele —dijo sin centrarse mucho en el asunto. Era un poco incómodo estar desayunando a solas con él, pero al mismo tiempo, su corazón latía nervioso y no podía dejar de preguntarse si eso era normal. «No seas tonto, John, así no funcionan las cosas»—. ¿No ha visto Isabella?

—No desde anoche. Supuse que dormiríais juntos —comentó mientras untaba las tostadas con mantequilla—. Pensaba que era tu novia.

—No... exactamente —dijo John—. Creo que lo fue durante tres días o así. Si le sirve de consuelo, lo era cuando le dije que lo era. Pero han pasado muchas cosas desde entonces y... no sé muy bien qué somos.

—Parece evidente que a ella le importas —dijo el agente Jovovich entre sorbos de café.

—Y ella a mí pero... no es tan fácil.

Esa conversación se parecía demasiado a la que veía en las series de televisión. ¿Entonces, la Fox no mentía? ¿Las familias hablaban así? Él había estado con familias de acogida, pero no había sido muy afortunado. Seguro que algunos niños encontraban una familia de verdad, pero él había entrado en el cupo de una casa que vivía de las ayudas sociales que les daban por tener chicos como él. Cuando se había escapado de aquel lugar creía ciegamente que no podía existir nada peor, pero los recuerdos en el País de los Juguetes le hacían sentir que había sido el mayor estúpido del mundo. Como si una paliza de vez en cuando fuera lo peor que podía pasarle.

—Supongo que estará en otra habitación —dijo John agradeciendo con un gesto y una sonrisa el plato de huevos que Beatrix le dejaba encima de la mesa.

—No —dijo Beatrix—, pidió una habitación doble y desde anoche, que entró como una tromba en la cocina, me pidió el bote de sal y registró de arriba abajo el armario de las especias, no la he vuelto a ver. A lo mejor ha salido temprano.

John miró a David y sus miradas se cruzaron, los dos habían pensado lo mismo. John se levantó de un salto, como impulsado por un resorte. Y corrió hacia la ventana.

—El coche sigue aparcado fuera —dijo.

—Anoche estaba haciendo algo en el patio —explicó David, levantándose también. Para ambos, el desayuno se había terminado. Y las conversaciones también—, algo para aumentar la fuerza del umbral y para que Ray no pudiera encontrarte.

—¿De qué estás hablando? —preguntó John frunciendo el ceño.

—Pensaba que tú sabías más de cosas raras que yo —se extrañó el agente Jovovich—. Ayer el... lo que sea con lo que hablé. Tú o... eso, me dijiste que Isabella intentaba reforzar la seguridad antiespectros de la pensión.

—¿Eso? —se extrañó John, entonces comprendió a qué se refería y tuvo una terrible sospecha—. ¿H-has conocido a M?

—La cosa esa que te ponía los ojos negros, ¿se llama M? No se presentó —dijo mientras cogía la americana y revisaba su pistola—. Dijo cosas muy interesantes, aunque desde anoche tengo un montón de preguntas más que hacerle. Tranquilo —añadió, seguramente al verle la cara—, me ha dicho que tú no sabes nada, que no sirve de nada que te interrogue. Vamos a buscar a tu novia —dijo abriendo la puerta de la calle.

John asintió y salió al patio sin saber muy bien hacia dónde dirigirse. Miró a su alrededor y descubrió un libro abierto sobre el banco del porche. Lo inspeccionó un poco por encima, era uno de esos libros viejos que Isabella había metido en la mochila antes de salir de casa. Estaba en un idioma que no identificaba.

—Es latín —dijo David cogiéndolo—. Debía estar haciendo algún tipo de hechizo. Quizá buscaba algo que...

—¿Por qué no está aquí? —le interrumpió John—. Isabella no se marcharía sin más. Esto no me gusta.

—A mí tampoco —dijo el agente inspeccionando el suelo—. Hay un círculo de sal alrededor de la casa pero... —Siguió el rastro y recogió un bote de sal de cocina de entre la hierba—. No llegó a acabarlo.

—No, no, no... ¡Mierda! —dijo John llevándose las manos a la cabeza. Que Isabella no estuviera allí, que hubiera desaparecido antes de terminar lo que estaba haciendo, solo podía significar una cosa; alguien se la había llevado. 

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora