David

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Miró el teléfono que estaba encima de la mesa y pensó que debía una llamada a su compañera. Explicar lo que había sucedido no iba a ser fácil. Había matado a un hombre. También tendría que explicar que Raynolds O’Malley estaba muerto pero que, a pesar de todo, seguía siendo el único sospechoso.

—A Bishop le encantará —masculló mientras marcaba su número.

—La chica me ha dicho que hable contigo —dijo John dejándose caer sobre el sofá. El gato blanco de la tía Beatrix se despertó de golpe y se erizó entero, bufando y enseñando los colmillos. John le dedicó una mueca despectiva y un gesto brusco que hizo que el gato saliera corriendo como alma que lleva el diablo—. ¡Qué sensible! —dijo con sorna.

David colgó la llamada cuando el teléfono comenzaba a sonar. Ya tendría tiempo más tarde. Miró de arriba abajo al chico que acababa de llegar, para ser un moribundo, se movía con envidiable soltura.

—¿La chica? Creía que Isabelle era tu novia —preguntó, sorprendido ante el evidente cambio de actitud.

—La verdad es que he llegado más lejos con ella que... Uy, mejor no saco el tema que me lloverán hostias. —John serio con carcajadas agudas y negó con la cabeza—. No es mi novia.

—Te veo... diferente. ¿Te has colocado? —preguntó David, intentando encontrar una respuesta lógica al repentino cambio que había sufrido su interlocutor. Hasta ese momento, John Doe se había mostrado bastante introvertido.

—¿Drogas? John no toma drogas. Solo fuma, lo que es asqueroso y... desesperante. Cada vez que entró aquí necesito echar humo, ni que fuera una locomotora —dijo, fingiendo que expulsaba humo por la boca—. Pero a John le dolería mucho ese comentario, y más viniendo de ti. Eso ha sido una cabronada, y lo peor es que ni siquiera te has dado cuenta.

—Pues tu forma de hablar no es que te dé crédito, precisamente —gruñó David. Si no estaba puesto, debía de ser algún tipo de broma estúpida. O eso, o uno de esos casos de doble personalidad de los que había oído hablar y que nunca se había creído. La perspectiva de las drogas, y más con sus antecedentes, cobraba fuerza. Aunque no podía dejar de pensar que le sorprendía y le decepcionaba al mismo tiempo.

—¿No me ves nada diferente? —dijo el joven con una sonrisa torcida que no le había visto antes.

—Cambio de personalidad y tolerancia al dolor —replicó David señalando su hombro—. ¿Dónde la llevabas?

—¿Sigues con las drogas? —preguntó John abriendo mucho sus ojos. Tenía algo extraño en ellos. David intentaba no quedarse mucho tiempo mirando esos pozos oscuros, le recordaban demasiado a los de Marie—. Está bien —dijo el joven poniéndose de pie y desabrochándose la camisa—. Tenía que haber empezado por aquí.

—¡Joder! —exclamó David sorprendido al ver el torso cubierto por cicatrices. Era tal y como había dicho Beatrix, lo que se esperaría de una persona que había sido torturada. ¿Ray le había hecho eso? Quizá la locura estuviera más que justificada. Pero lo extraño era que no había más que una fea cicatriz vieja donde se suponía que había recibido un disparo.

—Todo empezó con esta —dijo señalándose una cicatriz redonda a la altura del corazón—. Un disparo y se murió. Le atravesó entero —dijo, y se giró para señalar una cicatriz estrellada entre los omóplatos—. Después vino la ventana rota. Los humanos no vuelan, ya lo sé, pero yo estaba en una fase... experimental. Caí sobre un coche y atravesé el parabrisas. Me rompí las piernas, pero eso no ha dejado muchas cicatrices. Luego las peleas callejeras, muchas. Era divertido hacer de justiciero. Nunca lo había hecho. Yo era el transportista, y jugué un poco a ser un héroe. Todas estas —dijo señalando una constelación de heridas redondas en tórax y brazos, también se retiró el pelo para mostrar una cicatriz que surcaba su mejilla cerca de la oreja—, todas estas fueron esta pasada noche, cuando Jacobs intentó matar a John. Esta última, es la de esta tarde. No pude curarle en el momento, Ray anda por aquí cerca y no puedo tapar la luz y curar su cuerpo al mismo tiempo. Es un poco complicado. La culpa es suya por brillar tanto —gruñó—. Pero claro, nada de esto habría pasado si el alma de John fuera como las otras.

David estaba confuso. No podía creer nada de lo que el joven decía pero había visto con sus propios ojos como, hace apenas unas horas, le disparaban y ahora solo había una cicatriz. Vale, el chico se había curado pero de ahí a que fuera una especie de presencia mística que...

—Yo estaba allí cuando ella murió —dijo con voz hueca—. Lo vi todo. Oí como el niño lloraba, era imposible no oírlo. Su llanto atravesó la frontera entre los mundos.

—¿De qué estás hablando? —preguntó David, aunque lo sospechaba.

—Creímos que fue la venganza lo que la hizo volver, ahora creo que fue el llanto del niño.

—El llanto del niño... —Él había oído ese llanto—. ¿Qué pasó con él? ¿Murió?

—No murió entonces —dijo John, o quién quiera que fuera el que estaba hablando con él—. «Tiradlo a la basura», fue lo que ordenó Ray, y ellos lo hicieron. Estaba vivo. No era mi trabajo seguirle.

—Le... le tiraron a la basura.

—John sabe lo que sabe porque yo se lo he dicho —dijo el joven con seriedad—. Déjale en paz. No le interrogues más. Si quieres saber algo más pregúntamelo a mí.

—El asesino...

—Raynolds O’Malley. Angel Marie le mató y salvó a John. Yo no dejé que John muriera. John ha roto las normas, sin saberlo, tres veces. Ray ha vuelto, quiere los ojos de John, cuando los consiga, el alma de John quedará en su poder y no se le podrá parar.

—No entiendo nada de lo que estás diciendo —confesó David. Todavía era incapaz de entender de qué iba todo eso. ¿Se suponía que John estaba poseído por una especie de entidad mensajera? Eso era una locura. Solo en ese momento se dio cuenta de que los ojos de John eran completamente negros. No era que no lo fueran normalmente, pero en esa ocasión el negro cubría todo el globo ocular, como si fueran los ojos de un animal. David se quedó petrificado con su revelación. ¿Era verdad? Toda la maldita historia, ¿era verdad?

—Gary Monroe tiene que morir. Es todo lo que necesitas saber. Voy a marcharme —dijo—. Es muy arriesgado que esté aquí. Cada minuto que estoy aquí, es un minuto que tiene Ray para encontrarnos. Tiempo para una última pregunta, tic-tac, tic-tac, tic-tac...

—Un momento —pidió David. No se le ocurría una, eran ciento y escoger era difícil.

—Tic-tac, tic-tac —le instó de Nuevo el mensajero.

—¿Qué pasa con John? ¿Por qué él?

—Eso son dos preguntas —observó el ser de los ojos de cuervo—. El alma de John es especial: brilla. Por eso yo le salvé, por eso Ray le persigue. Pero eso no es más que el principio. Si no le importa —dijo mientras se ponía de nuevo la camisa—. A John le molesta enseñar las cicatrices. Es un poco... sensible con ciertas cosas. Puede que no se tome muy bien aparecer aquí. Sabe, creo que sería mejor que le pusiera a dormir. Es menos traumático. Y... es un buen chico.

David dejó que ese ser subiera de nuevo las escaleras rumbo a su habitación.  Apenas podía creerse nada de lo que acababa de pasar. Quizá debería hablar con John pero... quizá no era el momento adecuado.

—Mañana será otro día —dijo. En ese momento, tenía demasiadas cosas en la cabeza y se sentía muy cansado. Cogió el teléfono, tenía que llamar a su compañera pero, ¿qué le podía contar? Desde luego, nada de lo que había sucedido en la última media hora. No, mañana sería otro día.

Mañana se acabaría todo, de una forma u otra.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora