Beaver

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—¡Johnny! —exclamó Beaver al ver al joven salir del coche. Estaba como siempre, guapísimo. Le quedaba bien ese corte de pelo, y ese estilo de ropa. John tenía cuerpo para ir siempre bien vestido, no tenía nada que envidiar a ninguno de esos modelos de ropa interior. Los perros no dejaban de ladrar, parecían enloquecidos. Johnny les miró y los perros retrocedieron con el rabo entre las patas y la cabeza gacha, gimiendo.

El joven le miró y a Beaver se le heló la sangre que no tenía. Si hubiera estado vivo habría caído fulminado en ese momento.

—Tú no eres Johnny —murmuró retrocediendo.

—Tú no eres él —dijo Ray saliendo de la oscuridad—. Pero lo tienes cerca. ¿Eres quién le mantiene oculto?

—Y quien le mantiene con vida, sí —dijo el cuervo con una gran sonrisa—. Por fin hablamos cara a cara. Es la cuarta vez que nos encontramos pero la primera que hablamos. Estaba intrigado, la verdad.

—Tienes su cuerpo —dijo Ray—, su cuerpo y su rostro perfectos, pero no tienes sus ojos.

—Técnicamente sí, son sus ojos, pero los ojos son el reflejo del alma y como yo no tengo de esas cosas, pues... se ven así. Es divertido, ¿verdad? Causo furor en las discotecas.

—¿Y esa cadena? —preguntó el espectro señalando los eslabones brillantes que salían de su espalda y desaparecían en el cielo—. Él está al otro lado.

—Sí, pero si la cadena se rompe, John muere y su alma escapa de ti. Nunca podrás encontrarle.

—Hazle volver —le ordenó Ray.

—Ni hablar —silbó el cuervo sin intimidarse.

—Hazle volver —siseó Ray agarrando su cuello y apretando con fuerza. Unas marcas blancas se dibujaron allí donde los dedos estaban ejerciendo su presión. El cuervo se debatió con energía pero pareció sorprenderse cuando el aire no entró en sus pulmones—. Dices que si se rompe la cadena, el alma de John escapará pero, ¿qué pasará contigo? ¿Puedes morir?

—Soy la muerte —escupió el cuervo con voz estrangulada—. No puedo morir.

—Hazle volver o haré que desees estarlo. —Y antes de acabar de hablar, Ray atravesó el pecho del chico y agarró su corazón. La expresión de dolor en el rostro de aquel ser, fue casi humana. Ningún grito salió de su boca. Las venas de su cuello se hincharon como pulgares.

—Si me matas —recordó entre estertores, mientras la sangre resbalaba de su boca mezclada con la saliva—, el chico escapará para siempre.

—Hazle volver —ordenó de nuevo Ray sacando la mano de su pecho.

El cuervo cayó al suelo sujetándose el agujero que había dejado. Poco a poco, la sangre dejó de manar y el cuerpo de John se levantó de nuevo. Ray le miró con curiosidad y entonces se dio cuenta de que tenía la mano cubierta de sangre. Observó el líquido rojo como fluía y lo olfateó deleitándose con su aroma.

—Es suya —dijo—, es de él. Su olor... Su sabor —dijo, introduciéndose los dedos en la boca y lamiéndolos con fruición—. No es tuya, cuervo, es suya. Su sangre.

Beaver sonrió satisfecho. ¿Qué era aquello que había en los ojos del cuervo cuando Ray sacó su cucharilla? Sí, lo reconocía.

Era miedo.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora