Beaver

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«Luces de colores. Brillantes luces de colores que se extienden hasta donde alcanza la vista. La música te saluda cuando paseas por la calle. Muchas músicas. Cada puerta abierta tiene una melodía diferente. Y el ruido de voces. El sonido de las risas...». Cuando abrió los ojos, todavía podía percibir las brillantes chiribitas de los neones de sus recuerdos. Pero incluso ellas se desvanecieron dejando solo la pared gris, mustia y aburrida como cada día que pasaba en ese encierro.

Decir que añoraba su vida anterior sería mentir, al menos, en parte. Pero antes todo tenía más colores. Colores ácidos y pintorescos. «Fucsias, verde manzana, amarillo limón, rojo cereza... ». Colores que flotaban a su alrededor en una nube de humo de pipa, inexistentes salvo para él, colores falsos, pero colores al fin y al cabo. Ahora solo había colores en sus recuerdos. Su ropa era gris, su habitación —la pared, el suelo...— era gris, incluso su carácter era más gris cada día que pasaba. Los únicos colores que veía eran los de las pinturas de la clase de terapia creativa, pero incluso el rojo más chillón parecía gris en ese lugar. «Y a esto le llaman estar cuerdo».

—¡Beaver! —gritó una enfermera desde el otro lado de la habitación, plagada de enfermos grises, pintando pinturas llenas de vibrantes grises—. Tienes visita.

Beaver se levantó de un salto, y al hacerlo, la pintura rojo-gris se esparció por el suelo como si se tratara de una macabra mancha de sangre. Beaver la contempló mientras se extendía a cámara lenta dibujando las alas de una mariposa-calavera de un test de Roches. Por un momento pareció tan roja como era.

—¿John? —preguntó.

—¡Beaver, eres un desastre! —protestó el profesor de arte y se tiró al suelo intentando limpiar la mancha de pintura con un trapo.

—No —contestó la enfermera sin hacer caso a las quejas del tipo que esparcía el color tiñendo de rosa las baldosas—. Es la policía, quiere hablar contigo.

***

¿Cuántos años tendría? Treinta y muchos, cuarenta tal vez. Una incipiente calvicie empezaba a hacer mella en él pero llevaba el pelo tan corto, que parecía un problema mucho mayor de lo que era en realidad. Pero le quedaba bien. Enmarcaba un rostro de facciones fuertes y esos ojos azules, fríos como el hielo, hablaba de grandes estepas cubiertas de escarcha.

—Soy el agente Jovovich, del FBI —se identificó—, y ella es la agente Bishop.

La chica era mona. Guapa pero de un gris tan apagado como el resto del edificio. Beaver perdió un segundo de su tiempo en estudiarla y luego, centró su atención en el atractivo agente que tenía delante, tenía algo que le resultaba familiar y que no conseguía identificar. No le dio importancia, muchos hombres habían pasado por su vida y, aunque el policía no fuera uno de ellos, tenía algo que sí había visto antes. El tipo era completamente ajeno al examen al que le sometía Beaver, y colocó una foto encima de la mesa.

—Johnny —susurró Beaver cogiendo el retrato entre sus manos. La fotografía no le hacía justicia. Aunque era indudablemente atractivo, no era capaz de transmitir el magnetismo que irradiaba su mirada.

—¿Le reconoce?

—Con los ojos cerrados, pío-pío —dijo en un suspiro—. Es muy guapo, ¿no le parece? —La pregunta iba para la mujer pero se limitó a desviar la mirada. Beaver sonrió satisfecho—. ¿Está bien?

—No lo sabemos —dijo Jovovich—. Pensaba que a lo mejor podría ayudarnos. Él y su novia llevan desaparecidos desde ayer por la tarde. Parece que han hecho las maletas y han salido corriendo. ¿Por qué harían algo así?

—Quizá alguien les perseguía, pío-pío —contestó—. Ya le dije a John que esto podría pasar. Pío-pío. Le avisé mil veces de que se le acababa el tiempo. ¿Han venido por John? Él no ha hecho nada malo.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora