David

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Siento haber tardado con la actualización. Ayer tuve un día de perros. :( 

Para que me perdonéis, os traigo doble actualización. ¡Besos!

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Una musiquilla alegre resonó en el coche sacándolo de su sopor. Bostezó y se desperezó mientras Jacobs contestaba su teléfono. Santos no había dejado de parlotear en todo momento, cantándole las maravillas de la zona e interrogándolo con un montón de preguntas sin apenas detenerse a escuchar sus respuestas. En algún momento de la conversación, David había perdido su vista en algún punto del desierto recordando el pasado y el futuro que no pudo ser.

—Cálmate, Gary —dijo Jacobs—. Poco a poco. Seguro que solo es un pirado, si has llamado a los locales ellos... —Una pausa larga y el semblante cambió—. Bien, voy para allá. No le des más vueltas; no es más que un loco. —Jacobs colgó el teléfono y se giró para hablar con él—. Un tipo del pueblo me ha llamado. Es solo un... conocido, pero ya sabe cómo son los pueblos; cuando pasa algo, siempre llaman al poli que conocen. Un chaval colocado se ha metido en su taller de reparaciones y... Bueno, no será más de unos minutos y nos pilla de camino. ¿Le importa si...?

—Adelante —murmuró David con desgana, no tenía la menor gana de involucrarse en asuntos domésticos, pero tampoco tenía nada más urgente que hacer, salvo esperar la llamada de su compañera.

«Y hablar con la tía Beatrix...». En realidad, sí que tenía una cosa pendiente. Sacó el teléfono y marcó el número de su contacto en el departamento de tráfico, el agente que llevaba el seguimiento del pequeño Beattle verde en el que viajaban Isabella Smith y su acompañante. Pero todavía no habían respondido a su llamada cuando el coche en el que viajaba se metió por un camino sin asfaltar que circulaba paralelo a la carretera principal, rumbo a lo que parecía un viejo aeropuerto.

—Pensaba que íbamos a un taller —comentó.

—Así es —explicó Jacobs—, Gary trabaja como mecánico de la brigada municipal. Mantiene a punto las avionetas antincendios y algunos granjeros le traen sus fumigadoras. Antes tenía más trabajo, esto estaba rebosante de actividad, pero con la construcción del nuevo aeropuerto municipal, todo esto ha ido quedando abandonado y ahora es poco más que un vertedero. De vez en cuando, alguien se cuela por la malla y se lleva alguna pieza para recambio. Tiene perros, así que, la mayoría de las veces, venimos a recoger a un adolescente herido.

—Pero esta vez no es así —comentó David, sin demasiado interés.

—No —dijo Jacobs, mortalmente serio—, esta vez no es así.

Dejaron el coche al lado del coche patrulla del sheriff local. El tal Gary, debía de ser ese tipo delgado, vestido con un mono raído lleno de grasa, que se apretaba la cabeza con un paño casi tan sucio como su ropa.

—Michael —saludó el Sheriff a Jacobs mientras Santos y él permanecían en un discreto segundo plano.

La conversación no le atañía pero no pudo evitar prestar algo de atención. Al parecer, según la versión del tal Gary, se había encontrado a un joven inconsciente en medio del hangar. Le había dado agua y el chico entró en una especie de ataque, agarró un tubo de metal y le golpeó en la cabeza. Por un momento creyó que le mataría, pero en lugar de eso, se había puesto a llorar y se había marchado corriendo. Jacobs preguntó por los perros, pero los sabuesos, que en ese momento ladraban inquietos al otro lado de un enrejado, no se habían acercado al chico para nada.

—A lo mejor les drogó o algo —dijo el mecánico.

David contempló aburrido a su alrededor, el tiempo, el abandono y la decadencia había hecho estragos en toda la estructura. Examinó de lejos a los perros, enormes sabuesos de raza indefinida, sucios pero fuertes, no parecían tener problemas de alimentación. Ladraban vigorosos y se movían inquietos de un lado a otro. No, esos perros no habían sido drogados.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora