John

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Estaba nublado pero no llovía. Después de dos días pasados por agua, esa ligera diferencia suponía todo un cambio. Apenas despuntaban las luces del alba y el cielo había adquirido el tono añil que precede al amanecer, cuando John llegó al Bittledrops justo a tiempo para ayudar a Sarah a subir las persianas.

—¡Dichosos los ojos! —exclamó con una amplia sonrisa—. Ayer te eché de menos.

—Me dijiste que me tomara el día libre, ¿recuerdas? —dijo John, siguiendo con el protocolo de cada mañana para abrir la cafetería. La gente no empezaría a llegar en serio hasta dentro de una o dos horas pero antes, había muchas cosas que hacer: barrer, colocar las sillas y las mesas, hornear las pastas...

 —Sí, lo necesitabas, pero eso no quita que te echara de menos. Esto se llenó de jovencitas. Creo que esperaban otro bofetón —dijo riéndose a carcajadas—. La verdad es que el otro día me cabreé un poco, pero cuando lo recuerdo me pongo a reír. ¡Parecía una típica escena de culebrón! Podría contratarte para hacer representaciones.

—Ja, ja —cacareó John enseñando el dedo corazón. Frunció el ceño y fingió enojo, pero no podía ocultar la risa—. Le hablaré a Isabella sobre las funciones, seguro que le encantará colaborar.

Sarah interrumpió lo que estaba haciendo y se quedó con la silla en las manos.

—No me digas que habéis hecho las paces —dijo, poniendo los ojos en blanco—. Lo que dije de los espectáculos era broma. Esa chica era un poco histérica. Vamos, parecía una fan de Bon Jovi en un arrebato homicida.

John se atragantó con su propia saliva al escuchar la descripción que Sarah hacía de... ¿su novia? Era un poco prematuro para eso. Pero sí, había algo que hacía que cuando pensaba en ella se sintiera bien. No había mariposas en el estómago pero era agradable, era como estar abrigado por una manta en una tarde helada, como ver llover tras los cristales con una taza de chocolate en las manos. «Hace frío pero ya no lo siento».

—Isabella no es así —la defendió, aunque tenía que admitir que era cierto que tenía cierta propensión a los ataques de histeria.

—Si tú lo dices... —silbó Sarah mientras servía a un cliente el café que le había pedido. Todavía era pronto para que el local se llenara pero una pequeña cola aguardaba con paciencia a que la mujer les atendiera mientras John se ocupaba de rellenar los azucareros—. ¿Y cómo va tu alergia? —preguntó.

—¿Mi qué? —John no tenía ni idea de a qué se refería su jefa.

—Ayer vino un médico preguntando por ti. Dijo que quería darte los resultados de tus pruebas de alergia. Pero no me fie mucho, la verdad —explicó—. Primero, no sabía si John Doe era tu verdadero nombre. Y al entrar, me dijo que había recorrido varias cafeterías preguntando por ti, y cuando le pregunté por qué no iba a tu casa, me dijo que era porque el Bittledrops le venía de camino. ¡Eso son dos contradicciones, amigo! —exlamó la mujer poniendo los brazos en jarras—. A mí no me la juega, no señor, no nací ayer.

—Las pruebas de la alergia me llegaron por correo hace dos días —dijo John pensando en voz alta—. ¿Te dijo el nombre? —le preguntó.

—Henry Swamp, o Swan o Duck —comentó, y se rio como si hubiera hecho un gran chiste.

«Henry Shawn», pensó John. «El médico del ambulatorio público». Pero el sobre seguía cerrado sobre la encimera de la cocina, esperando el momento de valor que parecía resistirse a aparecer. Había dicho que hablaría con un amigo suyo sobre las cicatrices. Pero claro, eso había sido antes de que John descubriera lo de M. Cuando creía que su problema tenía una razón que el explicarla, no implicara una cama en el Santa Susanna.  Quizá más tarde pudiera pasarse por el pequeño consultorio, al menos, para contarle que no necesitaba su ayuda.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora