Isabella

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Entreabrió los ojos, todavía aturdida. Le dolía la cabeza. Miró a su alrededor pero no reconoció dónde estaba. Parecía una especie de bóveda metálica que había pasado tiempos mejores. El sol se filtraba entre los agujeros de la chapa confiriéndole al lugar la apariencia etérea de un sitio lejano, más propio de un sueño que de la realidad. O de una pesadilla.

Intentó moverse pero tenía las manos y las piernas atadas y su presa era tan mordiente que se clavaba en la piel cortándole la circulación. Intentó incorporarse pero no pudo.

—Yo que tú volvería a dormir —dijo una voz que no pudo identificar—. Cierra los ojos, princesa, le gustan los ojos. Yo que tú no se los enseñaría.

Isabella asintió y cerró los ojos con fuerza, pero aun así, una lágrima se escapó entre la comisura de sus párpados. Ahora recordaba lo que había pasado la noche anterior.

El círculo de sal era un tópico más que otra cosa, pero a veces los tópicos no eran más que creencias repetidas hasta la saciedad así que hacer uno alrededor de la casa no le pareció una idea muy descabellada. No pudo llegar a cerrarlo. Apenas quedaban unos metros cuando él apareció.

«Ray.»

El espectro la sorprendió y casi se dio de bruces con él. Quiso gritar pero no pudo. Una mano apestosa que sabía a ceniza cubrió su rostro y le susurró algo al oído.

—Sé que está muy cerca aunque no pueda verle, pequeña zorra. Tienes su esencia metida en cada fibra de tu cuerpo. ¿Te ha tocado? ¿Te ha gustado? Sí, Johnny es bueno, es muy bueno en esas cosas. Pero es mío, pequeña puta, es mi chico de la alegría. Y volverá a mí, sí, y nada podrá separarnos.

Y lo peor era que le creía.

Isabella estaba allí, tirada en el suelo sucio y grasiento de un taller, rodeada de trastos, amordazada y atada de pies y manos. Y, aunque en ese momento no pudiera verle, Ray estaba cerca, lo sentía.

Tenía miedo.

El día anterior había estado a punto de morir cuando Jacobs la encañonó con su pistola, pero, de alguna forma, la adrenalina del momento hizo que no hubiera sentido el miedo que sentía ahora. Quizá la diferencia radicaba en que Jacobs estaba vivo y amenazaba con pegarle un tiro en la cabeza. Ahora, Ray estaba muerto y amenazaba con arrancarle los ojos y robarle el alma.

Y lo poco que podía pensar, mientras intentaba recordar todas esas oraciones que su madre le enseñó de pequeña, le decía que no debía esperar a su príncipe azul porque lo que quería el malvado monstruo era matarlo a él. «¡Es una trampa!», siempre es una trampa. La tarde anterior ya le había hecho daño. Si el agente Jovovich no hubiera aparecido, eso habría terminado muy mal.

Pero ahora...

Lloró en silencio sintiéndose culpable porque deseaba con todas sus fuerzas que John acudiera a buscarla.

... O te sacarán los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora