CAPÍTULO 6

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En la Selva

Christopher.

Llevamos cinco horas caminando por la espesa selva amazónica a la deriva y sin rumbo alguno.

El GPS, el rastreador y el localizador no sirven. La temperatura tampoco colabora ya que hace un calor de mierda.

La teniente James cojea frente a mí debido a que la caída le lastimó el tobillo. 

Debo reconocer que fue valiente y que ha demostrado resistencia. En ningún momento dudó a la hora de enfrentarse a los cuatro criminales y ha caminado a paso firme sin quejarse por la dolencia de su pie.

Verla me recuerda un cuento que le leía mi nana a su hija pequeña. Se trataba de una vieja leyenda sobre una ninfa que vivía en un río. Poseía un largo cabello negro, ojos azules como el mar y rostro angelical. Su cuerpo volvía loco a los pescadores haciéndolos desaparecer en la corriente de agua.

Cuando Bratt me contó que se había enamorado, no le creí. Siempre fue igual a mí y de un momento a otro dice estar enamorado de una mujer que es lo contrario a lo que acostumbra. 

Pensé que era una más de tantas pero me equivoqué, está enamorado y no lo culpo. Ella tiene cualidades que enloquecerían a cualquiera. Cuerpo exuberante, labios carnosos, cabello largo color azabache. ¿Qué se sentirá enredar las manos en él mientras la follo contra mi escritorio?

«Es lo que he querido hacer desde que la conocí»

Monos pasan por encima nuestro columpiándose de rama en rama. Aparto los pensamientos calientes ya que es la novia del hombre que es como un hermano para mí. Desearla es un insulto a nuestra amistad.

Ascendemos montaña arriba con la esperanza de conseguir algún tipo de señal digital. El ascenso es difícil porque ha llovido. Debido a ello, la densa vegetación vuelve el terreno húmedo y resbaloso.

Siento un pequeño dardo en el cuello, toco el área percibiendo una enorme roncha (picadura de abeja). Miro hacia arriba, observo que hay un panal del tamaño de una enorme calabaza.

Rachel se resbala cayendo sobre su pie lastimado. Corro y le tapo la boca para que no grite debido a que no podemos llamar la atención del peligro que tenemos encima. Señalo el panal mientras  ella asiente con la cabeza, intenta levantarse y vuelve a caer.

La levanto en brazos alejándome del panal, no es fácil liberarse del ataque de un grupo de abejas asesinas. A medida que voy subiendo el sol se va intensificando, el sudor me recorre la frente mientras alcanzo la cima de la pequeña montaña.

—Puede bajarme ya —me dice apartando un mechón de su cara, tiene las mejillas sonrojadas por el calor.

—¿Puede sostenerse?

—Creo que sí.

La bajo sin dejar de mirar sus ojos celestes, mientras baja siento como una de sus manos acaricia uno de mis pectorales. Apoya el pie y se va de bruces contra el piso.

—¡Diablos! —reniega tomándose el tobillo.

—¡Dijo que podía sostenerse! —la regaño.

—¡Pensé que podía! —contesta molesta.

Ruedo los ojos «Odio las mujeres tercas».

—Quítese la bota, le revisaré el tobillo.

—No es necesario, puedo....

—Estar coja nos quita tiempo a la hora de caminar y no estoy de genio para lidiar con estorbos lentos en el camino.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora