CAPÍTULO 25

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Coronel y teniente.

Rachel.

No quiero abrir los ojos sé que si lo hago la luz entrará por ellos, quemará mi cabeza y la hará estallar en mil pedazos, mi cuerpo se desvanecerá poro a poro como un vampiro ante la luz del amanecer. Quiero morirme y llevarme a mis amigas a mi paso.

No recuerdo nada de la supuesta noche de desahogo, ni siquiera sé cómo llegué a mi cama.

El sonido de la aspiradora me inundan los oídos enviando un torrencial de corrientes dolorosas que torturan mi ebrio cerebro. 

El ruido se intensifica cuando acercan la aspiradora al borde de la puerta. ¡Maldita seas, Lulú!

Abro los ojos al recordar que Lulú no trabaja los sábados y Luisa debe estar peor que yo como para coger la aspiradora. La oscuridad me marea, ruedo a un lado entre sábanas suaves inhalando un delicioso aroma masculino.

 ¡Mierda! Intento levantarme, si embargo, termino yéndome de bruces contra el piso.

¡Mierda, mierda, mierda! Rachel James Mitchell, eres la mujer más estúpida del planeta tierra. Me maldigo a mí misma al reconocer el lugar que me rodea, el mundo me da vueltas, para colmo, una arcada de vómito se apodera de mi garganta mientras me levanto como puedo. Corro a la primera puerta que encuentro con la esperanza de no equivocarme y sea el baño.

No me equivoco, levanto la tapa del retrete e intento desocupar mi estómago, no hay nada más que dolor por el esfuerzo de mi cuerpo en sacar lo que no hay.

La cabeza me martillea, desahuciada me levanto en busca de la ducha. 

¿Cómo diablos vine a parar aquí? Lo último que recuerdo es haber abordado un taxi con Luisa ¿Me trajo mi amiga? Es imposible, ella no me rebajaría de tal manera.

Me baño a la vez que rememoro la rutina de mi última vez aquí, cepillándome los dientes y apresurándome para que no me vea.

«¡Perdí la mínima dignidad que me quedaba!» Busco mi ropa, no hallo nada, no sé si es porque no está o porque todavía estoy demasiado ebria como para encontrarla.

—¡Señorita! —tocan a la puerta— ¿Puedo entrar?

Sea quien sea no estoy en mi casa como para impedírselo, me levanto del piso sentándome en una de las esquinas de la cama.

—Adelante —contesto nerviosa.

Una mujer alta y menuda entra con un uniforme compuesto por un vestido y un delantal gris.

—Buenos días — saluda con acento francés— Me imagino que está buscando su vestido.

Asiento sin contestar.

—No está aquí, tuve que lavarlo porque estaba lleno de vómito.

¿Vómito? No quiero imaginarme en las condiciones que llegué anoche.

—Démelo como esté, necesito irme —me levanto, el simple hecho de saber que hubo vómito me da un ticket seguro a la reprimenda del siglo por parte de Christopher Morgan.

—No podrá usarlo, está dentro de la lavadora.

No puedo quedarme aquí esperando a don arrogancia. 

—Tengo afán ¿Podría prestarme uno de sus uniformes o una sudadera? 

—Deja el afán.

Una mujer aparece detrás de la chica francesa, puede estar rayando los cincuenta años. No es muy alta pero sí un poco robusta. La chica se aparta para que pueda entrar, baja los dos escalones de la habitación plantándose frente a mí..

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora