CAPÍTULO 50

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Italiano.

Rachel. 

Abro los ojos ante el acento italiano que acaricia mi nombre. lo veo frente a mí. A él, el hombre que me busca y le huyo.¡Estúpida al creer que un hombre como Antoni se detiene con un pequeño anillo de seguridad. 

Se burla de mi asombro sonriendo con malicia, mostrando una dentadura perfecta, tiene  una arma en la mano y luce un esmoquin que le da un aire galante y sombrío. 

Sus ojos negros recorren mi cuerpo, se fija en los míos y siento que estoy viendo al mismísimo Lucifer. Tanta preparación y preocupación para nada, me encontró débil y desarmada.

—Te ves mal — abre la carpeta que esta al pie de la cama—Tu historia clínica dice que tuviste un colapso nervioso.

Paso saliva.

—Deben ser por las emociones de los últimos días —continua— O meses. Buscarme agota tus fuerzas.

Se pasea por el lugar sin dejar de leer, esta solo y trata de ubicar algo con que defenderme, pero no hay nada y el sedante me pone en desventaja. 

—Qué raro que menciones el nombre de tu coronel, esperaba escuchar el de tu prometido— arroja los papeles en la mesilla— Cuéntame, bella ¿A cual de los dos amas más? 

—Llevo meses investigándote —contesto agitada— Sé cómo trabajas, así que ahórrate el preámbulo y mátame de una vez.

—Nos buscamos e investigamos con las mismas ganas, preciosa. Como perros ansiando la presas —se posa frente a mí paseando el arma por mi mentón — Eres hermosa, pese a estar así, convaleciente, tirada en una cama.

Apoya los labios en mi frente inundando mis fosas nasales con su aroma (Tabaco y loción) 

—Eres hermosa, Rachel —baja besándome la punta de la nariz— Y tal belleza te mantiene viva, porque llevo noches soñando con este momento. Soñando con tenerte cerca y tocarte, convenciéndome de que eres real y tarde o temprano serás mía.

Su arma desciende hasta mis pechos bajando por mi abdomen. No le aparto la cara, no quiero que vea mi miedo y sepa que en el fondo estoy temblando y con ganas de salir corriendo.

—Hazlo —mascullo—¡Presiona el gatillo! —llevo el cañón a mi frente.

—No, principessa. No te matare todavía, primero tengo que tenerte de todas las maneras posibles, debo saciar estas incontrolables ganas que tengo de ti —me toma del cabello— Debo disfrutar ese cuerpo de cagna que tienes. 

—Si no me matas ya —lo amenazo— Seré yo la que te mate a ti, y yo no te violare como violan ustedes a sus víctimas. Yo te volaré los sesos sin dudar. 

—Mírate — se burla— Te atreves amenazarme sin tener la fuerza de moverte, sabiendo que este juego lo estoy ganando yo, ¿quién ha encontrado a quien primero? 

Guardo silencio.

—Yo a ti preciosa, tú me buscas por miedo, mientras  yo te busco porque quiero tenerte y saldar la deuda que tenemos pendiente.

—¡Déjate de rodeos y aprieta el puto gatillo! — prefiero que me pegues un tiro a dejar que me pongas un dedo encima, no soy una de esas tantas que le han vuelto la vida un asco, torturándolas y sometiéndolas a lo peor que se le puede hacer a una mujer.

—Mi Rachel, eres tan valiente —mete la nariz en mi cabello. 

—Jamás seré tu Rachel.

—Sabes que sí y es mejor que te prepares para lo que viene, porque serán noches y noches atada a mi cama, dándome placer, gimoteando mi nombre presa del placer. Te daré tiempo para que lo vayas asimilando, no te mataré ni te llevare hoy —sonríe— Una cosa es violar el sistema de seguridad de un hospital militar y otra sacarte como rehén con tantos hombres armados a mi alrededor.

Lascivia (Disponible en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora